Sinceramente estaba agradecido con aquel extraño por haberle salvado la vida. Al borde del peligro, fue su mano la que lo libró de una muerte segura, por lo que él ahora le ofrecía sus servicios en pago al favor recibió.
-Está bien- dijo el hombre –necesito que lleves un encargo mío hasta una ciudad distante ¿podrás hacerlo? Junto a la carga le doy un mapa para que lo consulte en caso de extraviarse.
-¡Por usted cualquier cosa mi amigo! Me acaba de salvar la vida, así que haré lo que usted me diga y haré precisamente lo que me indique.
Y salió con paso firme a cumplir con su tarea, lleno de la convicción de que cualquier favor era poco a cambio de lo que había recibido de aquel hombre; una sonrisa en sus labios y una canción en su boca eran su compañía. Al principio todo fue bien, sin que nada distrajera su rumbo. Incluso a quienes lo interrumpían de su andar él indefectiblemente les contestaba:
-No me distraigan, que voy siguiendo éste camino sólo para hacer algo que me encargaron, no puedo ni quiero desviarme.
Hasta que un día vio que el camino era más largo que lo que él había pensado y que la carga que aquel hombre le encargó, al principio ligera, ahora se tornaba cada vez más pesada.
-Descansaré un rato- pensó mientras se acomodaba al costado del camino.
El descanso de unos minutos se hizo minutos primero, y horas después. Luego comenzó a caminar nuevamente, hasta que se encontró con un hombre que lo invitó a una fiesta que hacían en los límites del pueblo. Calculó que un poco de diversión no le haría mal, así que dejó su carga en un lugar seguro y se fue a la fiesta. Risas, bebidas, mucha música, todo muy brillante y embriagador.
Se despertó horas después, cuando se apagó el ruido de la fiesta, molestado por el cuidador del lugar:
-Hora de irse amigo ¿Usted no es de por acá, verdad?
-No, estoy de paso, llevando un encargo a una ciudad lejana.
Fue a buscar el encargo, pero ya no recordaba dónde lo había dejado. Y para peor, tampoco hallaba el mapa para llegar a aquella ciudad. Cuando lo vieron triste, los lugareños le ofrecieron ir a otra fiesta, para que olvidara su pesar. Pero a pesar de muchos festines y mucha diversión, él se sentía un completo infeliz, pues no estaba haciendo aquello por lo que emprendió el camino. Pasado un tiempo (demasiado tiempo) le pareció ver una cara familiar en el mercado del pueblo. Se acercó con curiosidad primero, con vergüenza después, al comprobar que era aquel que le había salvado a vida. Cuando pegaba la media vuelta, escuchó su voz a sus espaldas:
-¡Hey, amigo!
Mientras giraba sobre sus talones, pensó en mil y una excusas, pues sabía que había fallado. Cuando pudo levantar su vista, no vio la cara enojada que esperaría ver, sino una amplia sonrisa.
-Señor, ¡he perdido el rumbo y tu encargo! ¡Te fallé y no soy digno de tu amistad!
-Lo sé, lo sé. Siempre lo supe. Y siempre tuviste cómo volver a mí y consultarme, si tan sólo hubieras visto el mapa. Pero no te preocupes, hace rato que te ando buscando ¡acá tengo tu encargo, y acá está el mapa! ¿Quieres volver a intentarlo?
-¡Sí, es lo que más quiero!
-Cumple con la tarea y serás un hombre feliz. Y siempre estoy cerca, sólo consultá el mapa y me encontrarás en menos de lo que pensás. Perdiste tiempo, pero todavía podés realizar la tarea.
Y partió nuevamente aquel hombre, y por más que lo intentaron no pudieron desviarlo. Y en las ocasiones en que se sintió perdido, en peligro, o con dudas, consultó el mapa y encontró la ayuda de su amigo. Y la sonrisa de sus labios y la canción de su boca ya nunca desaparecieron, por más que el viaje de a ratos se hacía peligroso. Dicen que hoy vive dichosamente en las tierras de su amigo, gozando de su compañía y con una canción nueva cada día.
Como cristianos, buscamos la cura a nuestros males de muchas maneras, no dándonos cuenta que quizás no experimentamos el gozo que buscamos porque no estamos haciendo aquello para lo que se nos salvó. Miremos al apóstol Pablo. Cuando se encuentra con su Señor camino a Damasco su vida se enfoca en sólo dos cosas: tengo un Señor y me ha dado una tarea (Hch 22.6-10; 9.1-20). Y yendo detrás de la obediencia de su Señor al hacer de su tarea su vida fue un hombre inmensamente feliz, puesto que sabía bien para qué estaba en este mundo. Muchos todavía andan buscando el propósito de su vida, no dándose cuenta que ese propósito es el mismo de Pablo: servir a Dios.
Los cómo, cuándo, dónde o qué, son particulares a cada uno, es parte de la búsqueda diaria, pero en lo general, seremos felices como individuos, nuestras familias serán dichosas y nuestras congregaciones lugares de vida y bendición, si desechamos toda distracción que nos aparta del camino que lleva a la concreción de nuestro encargo. No se trata de llevar vidas de monjes, pero si de vidas que establecen prioridades. Y la mayor prioridad del hijo y la hija de Dios es hacer la tarea que se le encomendó. Y eso se hace a cada paso, no sólo como parte de programas eclesiales. Cuando entendemos que lo que Pablo nos dice en Col. 3.17 y 23 es lo que se espera de nosotros, podremos entender que toda nuestra vida, que todo nuestro caminar es el ámbito del servicio a Dios. Cuando entendemos el servicio como una forma de vida, y no como una suma de actividades que se contraponen con el resto de nuestras cosas, es dónde encontramos la verdadera dicha de sabernos empeñando nuestra vida en aquello para lo que se nos salvó.
¿Estás caminando en la dirección correcta? ¡Bien! Pero evitá las distracciones. ¿Te extraviaste en una curva del camino? Mirá y a tu lado verás a tu Señor dispuesto a darte una nueva oportunidad de realizarte como persona al hacer lo que él te pide que hagas. Recibí su perdón y ¡adelante, a caminar otra vez!
La vida no se hará más liviana, ni faltarán problemas, pero nunca falta una sonrisa en sus labios y una canción en su boca a aquellos que, como Pablo, van caminando por la vida sirviendo a su Señor allí por dónde pasan. El mayor acto de gratitud por lo hecho en la cruz es una vida que se entrega al servicio de Dios y a los demás.