Si pudieras preguntar a cualquier creyente, joven o anciano, si mantenerse en la Palabra es difícil para ellos, no creo que encuentres una sola persona que diría no. Disciplina, de cualquier forma, nunca es sencilla, y siempre tiene un costo.
Algunos días, es más fácil hacer parte de la rutina la lectura de la Biblia, y en otros días, encontramos excusas, nos falta el celo suficiente, y simplemente no hacemos el tiempo para hacerlo. Si eres como yo, en los días que no lo tengo como prioridad, me siento cargado y con culpa, convencido de que debería haberme despertado antes o haberme quedado un poco más tarde para tener tiempo con mí precioso Señor.
Tal vez algunos de nosotros creemos que para pasar tiempo adecuado con la Palabra, debemos tener largas horas de estudio profundo en algún pasaje singular. En nuestra opinión, para que nuestra lectura “cuente” debemos sentarnos, con nuestra Biblia, algún comentario bíblico, un anotador y demás todo desplegado en la mesa de la cocina.
Tal vez creamos que no vamos a entender lo que leemos. Quizás querríamos comenzar por los Salmos, pero sentimos que para entender bien, primero debemos repasar los libros del Antiguo Testamento (¡Qué tarea tan abrumadora!)
O tal vez hemos perdido tantos días de lectura bíblica en nuestra rutina que no estamos seguros de como retomar, así que lo posponemos nuevamente.
Tal vez relaciones esto con otros sentimientos. De cualquier manera, estos obstáculos son producto de nuestra carne. Son todas excusas, falta de disciplina, y en última instancia una desobediencia pecaminosa. Por duro que sea escuchar eso, las buenas noticias es que Dios no necesita de nuestro compromiso de palabra agregado a sus mandamientos de pasar tiempo en la Palabra. El no necesita que caliquemos el tiempo que usamos. Él simplemente nos manda a leer y meditar en la Palabra día y noche (Josué 1:8; Salmo 1:2).
Tenemos la tendencia a agregarnos presión extra a lo que ya es muy simple, sin embargo olvidamos a menudo que Su Yugo es fácil y Su Carga es ligera. En el Salmo 37, David nos exhorta a “deleitarnos” en el Señor. Deleitarse en el Señor significa disfrutarlo y glorificarlo en todas las cosas. ¿No es ese el propósito por el cual fuimos creados?
Disfrutar al Señor no es solamente admirar su creación, orar en acción de gracias o deleitarse en la Obra que hace en nuestras vidas. Disfrutar a Dios puede hacerse intelectualmente a través del conocimiento de quién es.
Mientras que las largas y profundas horas de estudio son beneficiosas para nuestro crecimiento espiritual, nuestra lectura diaria de la Biblia no se ve así. Terminaríamos frustrados si el requerimiento aceptable de lectura fuera un estudio expositivo de un libro Enter de las Escrituras.
Si comenzamos a ver el tiempo con la Palabra cómo un acto de recostarse y disfrutar a Dios y menos como un compromiso a cumplir, tal vez nos sintamos más atraídos y consistentes en la lectura diaria. Si confiamos en el Señor que nos proveerá de sabiduría, y no nos apoyamos en nuestro propio entendimiento nos sentiremos más confiados. Si evitamos leer la Biblia por temor a no comprenderla, todo lo que tenemos que hacer es pedirle a Dios sabiduría y el dará generosamente (Santiago 1:5).
Si hemos abandonado la lectura de la Palabra porque nos encontramos muy ocupados o distraídos, tal vez deberíamos examinar nuestros corazones y arrepentirnos del pecado que no nos deja priorizar nuestro tiempo con Él. Y si estamos inseguros de cómo retomar, lo mejor que podemos hacer es orar por sabiduría y disciplina para nuestras vidas.
De la misma manera que es un mandamiento estar en la Palabra, debemos recordar también que es un mandamiento deleitarse en Dios. Nuestro objetivo mayor, después de todo, es glorificarlo y disfrutarlo por siempre. Así que cualquier razón o excusa que puedas tener para no pasar tiempo en la Palabra cada día, recuerda que Él puede proveer de sabiduría y entendimiento. Nuestra tarea es simplemente actuar en obediencia y disfrutarlo.
“Esto les he hablado, para que en mí tengan gozo, y ese gozo sea completo”, Juan 15:11.