Al recorrer las páginas del Nuevo Testamento, nuestro corazón reboza de alegría, porque encontramos la gran noticia y la sublime verdad, que la salvación se recibe por la gracia de Dios: “… por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios (Ef 2:8). Es por eso que Dios ha de mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (ver v. 7). En verdad, la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Tit 2:11). Pero la gracia divina respecto al hombre, tiene su propia jurisdicción, o sea, áreas específicas donde trabaja. Ella ejerce su autoridad en territorios determinados, y por lo tanto, no halla cabida en cualquier dominio donde no estén creadas las condiciones que la misma gracia divina establece para ser manifestada. Miremos juntos esta verdad:
En primer lugar, el versículo bíblico que citamos primero, deja claro que la gracia de Dios opera en el hombre pecador. Donde quiera que haya un ser humano perdido, la gracia de Dios tiene jurisdicción. Es gracia divina indescriptible el hecho de que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro 5:8). La gracia de Dios es para con el hombre nacido en pecado, haciéndole ver que es amado por Dios, a pesar de su desvarío espiritual y moral. En verdad, Dios amó al mundo (Ver Jn 3:16). Sin ningún intercambio aun, sin nada que el hombre pueda dar como fruto todavía, la gracia de Dios llega al corazón, mediante el evangelista, y produce, por el Espíritu Santo, convicción de pecado. La Palabra dice que esta gracia de salvación, no opera en nosotros, a través de nuestras propias obras (Ef 2:9). Por el contrario, cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tit 2:5). La iglesia de todos los tiempos ha basado su ejercicio misionero y evangelístico, precisamente en esta verdad, que la misericordia celestial es para con todos los hombres, en todo lugar, sin excepciones ni acepciones, o sea, es para todos, y de igual medida de amor para cada uno.
En segundo lugar, la gracia de Dios tiene jurisdicción en el trabajo que hacen los obreros de Cristo. Pablo pudo decir: Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima (1 Co 3:10). Además, testificó así: Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Co 15:10). Cuando tengamos dones, talentos, capacidades para servir en la obra de Cristo, siempre debemos recordar que ello ha venido por la gracia del Señor. Si no fuera por esa gracia, nos sería imposible ser efectivos en el cumplimiento de la gran comisión del Maestro. Debemos ir al campo misionero confiados que nos asistirá en forma plena, la misericordia y la bondad del mismo Señor, que nos llamó a servirle.
En tercer lugar, hay áreas donde la gracia divina, no ejerce su jurisdicción, no por falta de autoridad o de alcance, sino porque dicha gracia no revierte nunca su identidad. En este sentido, hay límites que el propio hombre pone a la gracia de Dios. Veámoslo aquí:
Hay advertencias, precisamente a los que hemos sido alcanzados inicialmente por la gracia de Dios, a que tengamos cuidado. Una salvación tan grande, si nosotros definitivamente la dejamos de cuidar, corremos tal riesgo, que el escritor sagrado usó estos términos: ¿cómo escaparemos… ? (He 2:3). No es que nuestro abandono espiritual vaya a agotar el manantial de la gracia divina, pero el tener en poco la gran salvación que por gracia hemos recibido, aleja al profano, de la jurisdicción de la gracia. Es el que descuida su salvación, quien se sale de los límites de la gracia divina. La siguiente amonestación no es obtenida de un pasaje dado en el Sinaí, cuando la Ley fue dada al pueblo de Israel. Es, por el contrario, una porción inspirada del Nuevo Testamento, dirigida a los que ya habían sido alcanzados por la misericordia divina para salvación:
Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas (He 12:15-17).
Con este pasaje concuerda lo que el apóstol Pedro expone sobre el peligro de la reincidencia voluntaria a la vida de pecado, después de haber experimentado ese amor divino en la salvación:
Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado (2 P 2:20, 21).
Es como Pablo lo expone en forma tan clara en su carta a Tito, a saber, que la gracia de Dios que se ha manifestado para salvación a todos los hombres, igualmente se ha mostrado para enseñarnos. ¿Enseñarnos qué? … que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente (Tit 2:12). Por tanto, es muy peligroso, administrar mal la gracia que se nos ha dado en Cristo. A eso se refiere la Escritura al testificar de aquellos hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios (Jud 1:4).
Amados, la iglesia del Señor camina su último trecho antes de entrar a la Canaán celestial. Por tanto, debemos orar fervientemente para que la misma gracia divina que nos alcanzó al principio de nuestra vida cristiana, nos permita ser fieles hasta el final. Pablo sabía que la jurisdicción de la gracia alcanza no solo al hombre pecador, para salvarlo, sino a los que ya somos salvos, para mantenernos firmes en los principios santos de esa fe. Por lo cual, en cada una de sus epístolas, desea la gracia divina sobre los creyentes (1 Co 1:3; 2 Co 1:2; Ga 1:3; Ef 1:2; Fil 1:2; Col 1:2; 1 Ts 1:1; 2 Ts 1:2).
Deseo yo también que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.