Mateo 14.22-33.

Ya demasiado difícil era para aquellos doce hombres tener que cruzar el lago a la noche, después de todo un día de trabajo, con el viento en contra, y sin su maestro. Maestro que se había quedado en la orilla y del que no sabían cómo ni cuándo se volverían a encontrar.

Pero como él les dijo que emprendieran el viaje, lo hicieron. Ya tenían experiencia en obedecer, aún sin entender, y ver luego el poder de Dios a través de Jesús. No tenían que hacer mucho esfuerzo para recordar aquella vez en que Jesús les dijo que vayan a pescar otra vez aún cuando ellos habían pasado toda una noche sin atrapar un solo pez; pero obedecieron, aún sin entender, y la barca casi se hunde de tantos peces. Y ayer mismo le obedecieron cuando trajeron esos pocos panes y peces y con eso se alimentó a una multitud. Evidentemente Jesús sabia cosas que ellos no, por lo que siempre resultaba bueno obedecerle aunque no se entendiera qué quería lograr el maestro con lo que pedía.

Y mientras el día clareaba, después de una noche de remar sin avanzar, con los ojos cansados, el miedo se apodera de ellos al creer ver a alguien caminando sobre las aguas. ¡No! No creen ver a alguien caminando sobre las aguas, ¡alguien pasa cerca de ellos caminando sobre las aguas!
Pánico, seguido de una voz familiar que lleva tanta tranquilidad que hace que uno de ellos se anime a caminar también sobre el lago revuelto. Y cuando Jesús entra en la barca el agua se aquieta, los hombres adoran, y por fin se llega a destino.

Un par de cosas para aprender hoy:
. La obediencia siempre premia aunque se tenga que pasar por feroces tormentas. Por su obediencia, aún sin comprender del todo lo que pasaba, ellos pudieron admirar el poder de Dios y aún uno de ellos tiene un relato de su caminata sobre las aguas.
. Las soluciones de Dios a las circunstancias que se atraviesen mientras le obedecemos no siempre serán las que esperamos, pero serán su forma de que entendamos un poco más de su persona y carácter. A veces, en medio de la tormenta, puede suceder algo que agrave nuestro temor, pero si escuchamos atentamente, oiremos por sobre el viento y el rugir de las olas, la amada voz que nos dice: «¡Ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!»