«Esto es el regalo de Jesús para ti.» dijo el evangelista a Paulina, de pie sobre la plataforma durante la campaña en el norte de Argentina. ‘Nadie más podía hacer esto por ti. Pero Él lo hizo!’ En su mano Paulina tuvo todos los estudios médicos y una bolsa con los medicamentos que tenía que tomar todos los días para tratar la diabetes, el hipotiroidismo, ataques de pánico y las hemorroides severas que habían plagado su vida por los últimos 13 años.

Paulina nació en 1965 en una familia pobre. Las paredes de la choza hecha por láminas de madera, que fue su casa, estaban adornadas con cuadros de los santos de la iglesia católica. A pesar de que casi no iba a la iglesia, siempre creyó en Dios. Su padre trabajaba en una finca en las afueras de la ciudad, y vendía frutas y verduras en un carro de mano para mantener a su familia. Era difícil sobrevivir, y un día, cuando ella tenía 7 años, su madre la llevó a la casa de una señora que no tenía hijos, donde Paulina se quedó a ayudar en la casa. La trataron bien, pero extrañó mucho a su familia. Cuando tenía 15 años, su madre se fue de la casa, y Paulina tuvo que regresar a la choza, para cuidar a sus hermanos y hermanas menores. Cuando tenía 17 años, quedó embarazada, pero no había un padre para sostener al bebé. Dejando a su hija con su madre, Paulina fue a Buenos Aires, cerca de 2.000 km de distancia, donde encontró un empleo como trabajadora doméstica.Después de 7 años, Paulina había ahorrado suficiente dinero para volver a su ciudad natal, y estaba llena de esperanza por comenzar una nueva vida. Conoció a un joven, y un día Paulina y su hija fueron a vivir con él. Al principio todo parecía bien, y durante los siguientes años, tuvieron 4 hijos juntos. Pero su pareja bebía, y poco a poco la relación se volvió violenta. Peor que los golpes fue el abuso verbal constante que sufría cada vez que estaban juntos.

«Él me insultaba con palabras humillantes delante de los niños», recuerda Paulina. «Él siempre me decía que era inútil. Me sentí completamente maltratada.»

Poco a poco la salud de Paulina comenzó a sufrir. Primero fue hemorroides, que a pesar de muchos visitas al médico, continuó empeorando. Tenía terribles dolores y sangrado constante, por eso era difícil salir de la casa. Para sostener a su familia, abrió un pequeño negocio al lado de su casa, donde vendía pan y otras provisiones. Un día, 4 o 5 personas entraron en el negocio, al mismo tiempo, y Paulina empezó a sentir muy mal. Su corazón comenzó a latir rápidamente. Casi no podía respirar. Pensó que iba a morir. Así comenzaron sus ataques de pánico. Después de esto, nunca pudo soportar estar en un lugar lleno de gente, y sólo dejaba entrar una persona a la vez en su negocio. Pero fue el día en que Paulina se enteró de lo que su pareja le había hecho a su hija, que finalmente decidió que ya no podía soportar más. Llevó a los niños y se fueron de la casa.

Fue a la casa de alguien que ya conocía, un hombre que más tarde se convirtió en su marido. De nuevo, empezó un pequeño negocio para ayudar a mantener a sus hijos. A pesar de que estaba libre de los horrores de su casa anterior, su salud siguió deteriorándose. Se dio cuenta de que estaba engordando, aunque era difícil de comer a causa de los dolores constantes. Su pelo estaba cayendo, y su piel tenía un aspecto horrible. El médico le recetó un medicamento para tratar su tiroides. Un día se puso a hablar con una señora que venía a su negocio una vez a la semana para vender productos. Paulina aceptó una invitación para ir con Sara a una iglesia evangélica cerca de su casa. Pronto se encontró en un retiro de fin de semana con otras personas que eran nuevos en la iglesia. Durante el encuentro, perdonó a mucha gente que la había ofendido durante muchos años. Perdonó a su hija mayor, a quien no había visto durante el último año, y que ahora era una adicta a las drogas.

«Cuando llegué a casa, mi hija me llamó, diciendo «Mamá, quiero volver a casa. Quiero dejar las drogas.»‘ Pero había una cosa que Paulina no podía perdonar.

Alentadas por el líder del grupo pequeño que asistió, Paulina y su marido se casaron. La vida parecía estar mejorando, y se sentía mucho más feliz. Pero no hubo mejoría en su salud. Durante la noche, tenía que levantarse para ir al baño constantemente, y se sentía agotada todo el tiempo. En una de sus frecuentes visitas al médico, fue diagnosticada con diabetes tipo 2, y le dieron pastillas para ayudar a controlar el azúcar en la sangre. Le dijeron que eliminar todo el azúcar de su dieta, y parecía que no había manera de salir de la espiral descendente que su salud se había tomado.

Un día, en su grupo de la iglesia, el líder anunció que iba a estar una cruzada de milagros en su ciudad, y que todos los miembros de la iglesia iban a ayudar. Paulina se sentía emocionada. A medida que la fecha de la campaña se acercaba, sintió una expectativa tremenda de que Dios iba a escuchar su oración. En la primera noche, cerró su negocio temprano y caminaba con su amiga hasta el predio, donde ya se estaban reuniendo multitudes. Se aferró al brazo de su amiga, y trató de mantenerse al costado, cerca de la barrera de contención, por temor a un ataque de pánico. Cuando el evangelista invitó a la gente a pasar al frente para recibir oración, ella y su amiga respondieron. Comenzó la oración, y vino un tremendo calor sobre su cuerpo, y luego se desmayó. Cuando se despertó, estaba en el suelo.

Al día siguiente, se sentía mejor que nunca antes en su vida. Sabía que ocurrió un cambio. Cuando fue al baño, no había ni dolor, ni pérdida de sangre! Entró en la cocina para preparar el desayuno, y decidió probar una taza de té negro con azúcar. Continuaba sintiéndose muy bien. Estaba segura de que Dios la había sanado. Puso su pila de medicamentos en un armario. Paulina y sus amigas fueron a la campaña cada noche, y cada vez pasaron al frente para recibir oración. En la tercera noche, cuando el evangelista comenzó a reprender al espíritu de falta de perdón, Paulina se cayó y fue llevada al área de liberación. Allí finalmente perdonó a su ex pareja por lo que había hecho a su hija. Cuando salió de la carpa era en una persona diferente, y lo primero que hizo fue parar y hablar con un grupo de personas juntadas al costado de la plataforma. Se sentía bien. Realmente disfrutaba de estar en la muchedumbre, y tener mucha gente a su alrededor. Los ataques de pánico eran historia. Dios había roto finalmente el espiral descendente! Para el resto de la semana, Paulina no tomo medicamentos, pero seguía sintiendo bien. En el 8 º día de la campaña, Silvia subió a la plataforma para dar testimonio de las sanidades extraordinarias que Dios había hecho en su vida.