Nuestra salvación es un hecho consumado (Jn 19:30). Antes estábamos destituidos de la gloria de Dios (Ro 3:23), espiritualmente muertos (Ef 2:1), endeudados con la justicia divina, ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2:12). También pertenecíamos al reino de las tinieblas (Col 1:13), éramos extraños y enemigos en nuestra mente (Col 1:21). Además, se había firmado contra nosotros un acta decretos que nos condenaba (Col 2:14), vivíamos bajo la autoridad del príncipe de este mundo, éramos esclavos de corrupción (2 P 2:19), teníamos manchada la conciencia. y estábamos en camino al juicio y a la condenación eterna. Sólo un milagro de gracia nos podría rescatar.

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna (Tit 3:4-7).

La verdad contenida en esta porción bíblica acerca de nuestra salvación, es la columna vertebral del edificio de la fe, es el sistema osteomuscular de la doctrina de la gracia. Miremos algunos aspectos sobre ello:

1. Hemos sido salvados por una obra de Dios a quien conocemos aquí como nuestro Salvador. Nuestra mente siempre se quedará corta en entender cómo el mismo acreedor a quien le debemos tanto, cuyas leyes hemos quebrantado, puede ser a la vez, nuestro Salvador. Pero realmente, la iniciativa y la obra toda de nuestra salvación, tiene su autoría. Fue su eterno diseño salvarnos.
2. Hemos sido salvados debido al carácter bondadoso y amoroso de Dios para con los hombres. En la cruz se hizo manifiesta esa virtud de la naturaleza eterna de Dios, que se conoce aquí como su bondad. Dios es benigno, por eso toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de él (Stg 1:17). Por tanto, nuestro Salvador manifestó su amor para con los hombres. Dios nos amó tanto, que amó salvarnos.
3. Hemos sido salvados, pero no por obras de justicia que nosotros hubiésemos hecho. No tenemos ninguna posibilidad de auto salvarnos. ¿Qué buena obra pudiera producir un corazón congénitamente pecaminoso? La pureza de Dios ve como trapo de inmundicia el obrar humano si se trata de comprar con buenas obras, el rescate de nuestra terrible condición (Ver Isa 64:6).
4. Hemos sido salvados por su misericordia. Ello infiere que merecíamos realmente ser condenados, pero que un milagro fue obrado por Dios completamente en contra de lo que merecíamos. Así que, en lugar de condenarnos, Dios nos salvó, engrandeciendo para con nosotros su misericordia, dándonos su favor no merecido.
5. Hemos sido salvados por el lavamiento de la regeneración. Cuando nacemos de nuevo, la mancha del pecado que había en nosotros es quitada por el lavamiento que el Espíritu de Cristo hace en el corazón, al aplicar la sangre del Cordero, la que quita el pecado del mundo (1 Jn 1:7). David conocía la medida del lavacro divino y una vez oró en dirección a ello (Sal 51:2,7).
6. Hemos sido salvados por la renovación en el Espíritu Santo. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es… (2 Co 5:17). Un corazón nuevo y un espíritu nuevo son dados al creyente cuando el Espíritu Santo viene a vivir en su interior (Ez 36:26). El Espíritu en el creyente es garantía de una vida absolutamente renovada a la manera de Dios.
7. Ahora que hemos sido salvados, Dios derramó en nosotros abundantemente el Espíritu Santo. Dios no da el Espíritu por medida (Jn 3:34). Nos hace falta abundantemente el Espíritu para todo en la vida cristiana, pero también para obtener victoria en la batalla espiritual a que nos enfrentamos después de haber sido salvados. Pero el Espíritu que está en nosotros es mayor que aquel que está en el mundo (1 Jn 4:4).
8. Este derramar abundante del Espíritu lo recibimos a través de Jesucristo, quien también es nuestro Salvador. La mención de Dios y de Jesucristo con el mismo título de Salvador, revela que tenemos al Cristo divino, capaz de salvarnos poderosamente. Lo hizo en la cruz como el Hijo del Hombre, pero también como Hijo de Dios, aplica el sacrificio del Calvario salvándonos en nuestro diario vivir.
9. Además, nuestra salvación incluye que Dios nos ha justificado por su gracia. El incomprensible amor de Dios le hace tratar benignamente a aquellos a quienes tiene derecho de condenar. Esto es gracia de Dios. La justificación por esa gracia es lo que hace posible el perdón de nuestros pecados, hasta quitar la culpa que cargábamos por haber transgredido la ley divina.
10. Ahora que hemos sido salvados, hemos venido a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. Que Dios nos haya perdonado ya es maravilloso, pero que nos haga los herederos de todos sus bienes, eso es algo tan sublime, que las palabras no lo pueden expresar. ¡El cielo nos pertenece! Solo podemos afirmar con alabanza: ¡Aleluya! ¡Somos herederos de Dios!

Algunos aún se preguntan: ¿Y qué más? Ciertos predicadores presentan un mensaje donde Dios parece estar empeñado con el hombre, donde se espera que él llene los bolsillos de los creyentes, que les pague por el bien que acaso le hayan hecho, y hasta les devuelva en cuatro tantos las finanzas que han dado para su reino. Pero ajeno a eso, la Biblia presenta a Cristo como aquel en quien estamos completos (Col 2:10), y a su reino como algo de tanto valor, que los bienes materiales son considerados como añadiduras (Mt 6:33). ¡Dios no nos debe nada a nosotros, nosotros le debemos a él todo lo que somos! No será, entonces, la meta de un verdadero discípulo, el intentar usar al Padre como una máquina productora de beneficios humanos y/o materiales, sino tenerlo como el Dios, a quien los suyos le deben culto y honor por haberlos salvado de una manera tan singular.

Amados, debemos mirar a Cristo como nuestro todo, y decir en oración: ¿A quien tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra (Sal 73:25), y tener esta convicción: Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Fil 3:8).