Estando en Los Ángeles, California, fui invitada a compartir la Palabra de Dios en un retiro en el medio de las montañas. El lugar era precioso, desde mi ventana podía ver hacia adelante y hacia abajo grandes valles en medio de colinas repletas de verdor, vegetación profusa y variada. El paisaje era maravilloso e inspirador y reflejaba a la perfección el diseño de Dios.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar que como en la naturaleza, lo mas valioso se encuentra en la profundidad, escondido de nuestra vista, como en el caso de los diamantes y las piedras preciosas.
Me hubiera gustado estar ahí en el momento en que la primera persona descubrió ese pedazo de carbón en bruto y se le ocurrió partirlo para encontrar una piedra de gran belleza.
Desde ese momento y hasta nuestros días las personas gastan gran parte de su fortuna para tener joyas de esmeraldas, o rubíes o brillantes así como muchos como yo, tenemos que conformarnos con apreciarlas en las vidrieras de grandes joyerías, en el cuello de alguna reina o celebridad.
Sin embargo, aunque pensemos que las piedras preciosas tienen sumo valor y son codiciables, la Biblia nos dice que encontrar una mujer virtuosa es mas difícil que encontrar una joya, pero que su valor es infinitamente mayor.
¿Qué significa tener virtud? La virtud es una cualidad de una persona y ésta puede ser intelectual. Tiene que ver con nuestra capacidad de aprender, saber dialogar y poder reflexionar frente a los asuntos de la vida; por otro lado, la virtud puede ser moral e incluye la capacidad de ser justo o ejercer justicia, es decir, de darle a cada uno, a nuestro prójimo lo que les es debido; la fortaleza, que tiene que ver con nuestra capacidad de resistir ante las tentaciones; la prudencia, el poder actuar con un juicio recto y la templanza, la capacidad de moderar la atracción que sobre uno ejercen los placeres.
Son cualidades que debemos cultivar y se van produciendo en nosotros en la medida en que dejamos que Dios como experto joyero, trabaje sobre la gema en bruto para sacar el mejor corte, la piedra mas pura y ofrecerse a si mismo una piedra de gran valor.
El valor está latente en la piedra sin pulir, pero nadie puede verlo hasta que una mano experta saca a la luz lo mejor de ella y para eso a cincel y golpes certeros primero tiene que quitar lo que no sirve, lo espúreo, lo impuro. Tomemos conciencia que a diferencia de como el mundo ve a la mujer y lo poco que la valora, por su valor intrínseco, para Dios es de gran estima y codiciable por donde se la mire. Mantengamos sobre nosotras la mirada y opinión de Dios y con suma confianza dejemos que el trate con nuestro carácter para que las mejores facetas de Cristo que vive en nuestro interior pueda brillar y apreciarse. Dejémonos tratar por la mano experta y amorosa de nuestro buen Dios.
Por Elisabeth Fernandez Volpe