Imagine estar reparando su casa y de repente encontrar un tesoro histórico del tiempo de Jesús. Eso le ocurrió a un matrimonio en Jerusalén.
Tal y Oriya compraron una casa vieja en Jerusalén y quisieron hacerle algunas reparaciones. Pero esa decisión les trajo una gran sorpresa.
«Un día se utilizaba maquinaria pesada y la máquina se deslizó hacia abajo. Desapareció. Entonces pensamos que había algo. Era un hueco. Dejamos de usar la máquina y cavamos con nuestras manos y encontramos que sí había algo, pero no sabíamos exactamente qué era», relata Oriya.
Bajo el piso de la sala, hallaron un mikveh, un baño ritual judío de 2.000 años de antigüedad.
«Estábamos algo preocupados por el proceso con la Autoridad de Antigüedades. No sabíamos que pasaría con la casa, si podríamos mantener nuestra vida privada», indica Oriya.
La familia mantuvo el descubrimiento en secreto por casi tres años.
«Pero hablábamos y sentíamos que esto es algo importante que no nos pertenecía», dice Oriya.
Eso les llevó a contactar a las autoridades. Por ley, cualquier antigüedad hallada en una construcción debe ser reportada y en un país con miles de años de historia esto puede pasar en cualquier sitio.
«Vi un enorme baño ritual completo. Data de los tiempos del Segundo Templo», dice Amit Re’em, de la Autoridad de Antiguedades de Israel.
La casa se encuentra en Ein Kerem, lugar que tiene su propio sitio en la historia.
«Desde el comienzo del siglo sexto después de Cristo, el cristianismo identifica el vecindario de Ein Kerem como el lugar de nacimiento de Juan el Bautista, donde Elizabeth la madre de Juan se encontró con María, la madre de Jesús», asevera Amit.
Según el arqueólogo, Amit Re’em, encontraron cerámica y vasos de piedra dentro del mikveh.
«Entonces, alguien muy importante, un tipo de sacerdote, vivió en esta zona y tenía un baño ritual», comenta Amit.
Oriya dice querer saber sobre la persona que vivió en este lugar.
«Trato de escuchar a la historia que nos dejaron y es una gran responsabilidad», dice Oriya.
Por ahora, siguen adelante con sus vidas.
«Cerramos las puertas, ponemos la alfombra, ponemos las sillas y tratamos de volver a nuestras vidas sabiendo que algo muy importante es parte de este lugar y de nuestra propia historia», expresa Oriya.