Estuve compartiendo durante todo este mes con respecto a que Dios desea que prosperemos en todo y que tengamos salud así como prospera nuestra alma; y esto último es lo que quiero enfatizar ahora.

Creo que para que nuestra alma prospere, tenemos que entender que Dios es santo, que Él habita en la luz inaccesible. De hecho, podemos pensar en la visión que tuvo Isaías allí en el capítulo 6 que dice: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines” (vers. 1b-2 a), seres angelicales que adoraban a Dios alrededor de aquel trono y la nube de Su gloria que llenaba todo aquel recinto. Y en el momento que Isaías tiene esa revelación, él clama: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (vers. 5).

Dios –en Su gracia y misericordia– envía uno de los ángeles a que tome unas tenazas para alzar unas brasas encendidas del altar, las cuales coloca sobre los labios de Isaías, y luego declara: “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (vers 7b). Si nos acercamos a Dios, tenemos que acercarnos entendiendo que Él es un Dios Santo.

Dios es amor. Dios es poder. Dios es misericordioso. Todas estas descripciones las presenta el Antiguo Testamento, pero aquí –en la visión de Isaías– los ángeles no cantaban “Amor, amor, amor” o “Misericordioso, misericordioso” o “Poderoso, poderoso”, sino que declaraban: “Santo, santo, santo” (vers 3b).

Cuanto más me acerco a Dios, más rápido descubro mis tinieblas, mi suciedad. Pablo hablaba de él y se jactaba de todo lo que había logrado, pero –a medida que va escribiendo sus epístolas (cronológicamente)– vemos cómo cambia su percepción de sí mismo y dice: ‘Yo soy el primero de los pecadores, yo perseguía a la iglesia, pero Dios tuvo misericordia de mí y me puso en el ministerio porque fui fiel’ (referencia a 1 Timoteo 1:12-16 y Gálatas 1:13). Cómo cambio su concepto al acercarse cada día más a esa santidad divina.

En Levítico 19:2 Dios le dice a su pueblo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Y, de hecho, si leemos en Levítico 19 veremos: “Yo Jehová vuestro Dios”, como que Dios le pone la firma, ¿no? Me parece oírlo decir: Esto es lo que quiero que hagan. Yo, Jehová vuestro Dios.

Jesús lo diría de esta manera en Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Creo que Dios quiere que prosperemos en nuestra alma, que prosperemos en nuestra espiritualidad, puesto que en la manera en que percibamos a Dios y al estar en intimidad con Él, hasta nuestra realidad se transformará.

Mi oración es que, así como Moisés estuvo cuarenta días en la presencia del Señor y descendió con su rostro brillante, tú también por estar tanto tiempo en la presencia del Señor cambies tu complexión, cambies tu manera de mirar, cambies adónde vas a dirigir tu mirada de ahora en adelante. Que todo sea transformado por esa presencia, por esa gloria y por la intimidad con el Dios Santo.

Que al acercarte al Señor puedas decir como Isaías: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios (un pecador), y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos (un pueblo pecador) han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (al Dios todopoderoso)(Isaías 6:5). Jesús te diría: No te hagas problemas, Isaías, porque “los de limpio corazón son los que verán a Dios”; tu corazón está bien, tal vez de tu boca salieron algunas cositas que no deberías decir, pero Papá se va a encargar de atender ese asunto. Y Dios te perdona, te borra todo pecado y te quita toda culpa.

Hoy, ‘acércate a Dios con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificado tu corazón de mala conciencia, y lavado tu cuerpo con agua pura’ (Hebreos 10:22-23), y mantén firme –sin fluctuar– esa intimidad, devoción y fidelidad a Dios. Que puedas decirle al Señor: “Me voy a acercar a Ti; quiero que veas mi compromiso, hoy hago un pacto de fidelidad a Ti. Señor, te digo como David que ‘los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón sean gratos delante de Ti, oh roca mía’ (Salmos 19:14). Dios mío, mi Dios, en quien confiaré”.

Yo creo que Dios te va a responder como lo hizo con Jeremías, allí en el capítulo 31:31-34:“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. Yo creo que el Señor está esperando que hagas un nuevo compromiso con Él. Que hoy puedas decirle:

Señor, me acerco a Ti en plena certidumbre de fe, purificado mi corazón de mala conciencia, lavado mi cuerpo con el agua pura de Tu Palabra. Señor, que Tu Palabra sea esa plomada que me muestre el área donde estoy torcido, y que a partir de hoy pueda enderezarme. Quiero acercarme a Ti, que eres un Dios Santo, un Dios puro, un Dios que me ama con un amor eterno y que prolongó Su misericordia sobre mí. Señor, quiero recibir Tu perdón, el perdón de mis pecados; que borres toda culpabilidad de mi vida y que me hagas acepto en el Amado, acepto en Jesucristo para poder cumplir el propósito que Tú tienes para mí. Hoy hago pacto contigo, Señor, pacto de fidelidad, pacto de santidad. Te consagro mis pensamientos, mi alma, mis emociones, las rindo a Ti para que Tú los santifiques con la sangre del Cordero. En el Nombre de Jesús, amén. ¡Y amén!