Esta es tu palabra semanal. Una palabra de aliento, de guía, de orientación, de bendición, cada semana para que puedas seguir creciendo en la fe. Sabemos que la fe se produce cuando oímos, y oímos la Palabra del Señor.
Estamos en un tiempo de búsqueda, un tiempo dónde le permitimos al Señor que nos transforme, que nos renueve, que vaya haciendo un trato profundo en cada una de nuestras vidas. Pablo le dice a su discípulo Timoteo: “sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). Para mí, él comienza desde lo más externo: nuestras palabras, nuestra conducta, lo que todo el mundo ve; y luego va penetrando cada vez más profundo hasta pedirle que tiene que ser ejemplo en pureza.
Uno puede controlar la manera en que se conduce, morderse la lengua en vez de decir lo que está pensando. Pero la clave es controlar los pensamientos. Cuando mis pensamientos están alineados a la Palabra de Dios, de la abundancia de mi corazón va a hablar mi boca. Y Pablo dice en Romanos 8:5: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”. Para hacerlo gráfico, imagínate que tenemos dos colectivos, dos medios de transporte: uno negro, uno blanco. Digamos que el negro son todas las cosas de la carne, los frutos de la carne como menciona Gálatas 5, nuestras actitudes, todos esos pensamientos que uno nunca desearía que terminen proyectados en una pantalla pública para no horrorizarnos de lo que pensamos. Y en el otro colectivo, el blanco, es el del Espíritu y, ahí es donde el Espíritu tiene el control, el Espíritu me conduce, el Espíritu me guía. Cada uno de nosotros tenemos la decisión a cada instante de subirnos a uno u otro colectivo, de dejarnos guiar por la carne o dejarnos guiar por el Espíritu.
Pensaba al ver los frutos de la carne y el fruto del Espíritu cómo todos los frutos de la carne se enfocan en “yo”. Celos, contiendas, todo eso está centrado o tiene que ver con el “yo”. Egoísmo, gritería, maledicencia, todo nace del “yo” y ataca a los demás. La concupiscencia, la lascivia, el adulterio y la fornicación, todo está centrado en el “yo”.
Pero cuando me subo al otro colectivo lo único que pienso es en el prójimo; cómo expresarle ese amor, cómo presentarme benigno ante él, bondadoso, misericordioso. Cómo mostrar templanza, cómo ser un instrumento de paz. Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Cuando me subo a ese colectivo las cosas cambian. La manera de percibir la vida, la manera de actuar, la manera de reaccionar está guiada por el Espíritu Santo.
Ahora, para mí, hay un problema porque muchos se suben al colectivo del Espíritu pero en vez de dejar que el Espíritu Santo los conduzca y el Espíritu Santo los guíe como dice Romanos 8:14 “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”, ellos toman el timón, el manubrio, el volante y empiezan a conducir y -tarde o temprano- va a haber alguna que otra infracción. Me voy a acelerar y me van a poner una multa por exceso de velocidad o, va a haber algún roce con alguno. Por eso es que es tan importante que le dé el timón de mi vida al Señor, al Espíritu Santo. Que Él sea el que me guíe a cada paso, en cada estación de mi vida.
Dice la Palabra del Señor en 2 Corintios 10:5-6 “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”. Tenemos que llegar a ese nivel. Cada vez que se levanta un pensamiento, que esgrimo un argumento, que algo se levanta como una fortaleza contra el designio divino, el plan de Dios, la Palabra de Dios, lo que el Espíritu me está guiando a hacer, que yo tenga la capacidad de llevar ese pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo. Por eso es que Pablo dice que tenemos que renovar el entendimiento; ese entendimiento entenebrecido, envejecido hay que renovarlo, hay que iluminarlo. Que nuestro entendimiento sea iluminado por el Señor y que toda tiniebla que haya en nuestra mente desaparezca para la gloria de Dios.
Pablo dice que tenemos que hacer este ejercicio. Este ejercicio nos va a ayudar mucho para que nuestros pensamientos estén completamente transformados. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Enfoca tu pensamiento ahí. Es un ejercicio, porque nuestra tendencia humana es mirar lo negativo, es pensar lo peor. Uno recibe un llamado tarde en la noche e inmediatamente se imagina que ocurrió un accidente, que ha habido una muerte o que alguna calamidad ha ocurrido. No piensa rápidamente “seguro que me van a llamar para darme una buena noticia”. Respondemos con: “¡¿Qué pasó?!”. Y del otro lado le responden: “Te llamaba para decirte que nació el bebé”. Y a uno lo shockea porque la mente no está esperando eso puesto que siempre tiende a lo negativo. Que hoy puedas enfocarte en lo puro, en lo honesto, lo verdadero, lo bello, lo admirable, lo excelente, en esas virtudes dignas de alabanza. Que puedas enfocarte en lo positivo y llevar cautivo todo pensamiento negativo, todo pensamiento de bajeza, toda imaginación que va en contra de la voluntad de Dios, y dejar que el Señor inunde tu mente con Su luz, con pensamientos positivos, con pensamientos de fe. Llénate de la Palabra y vas a ver cómo tu manera de pensar es totalmente transformada para la gloria de Dios.
Únete a mí en esta oración.
Querido Jesús: En esta hora yo te entrego mis pensamientos. Tú sabes, Señor, que necesito pensamientos puros, necesito pensamientos limpios, necesito pensamientos honestos. Que Tu Espíritu Santo, en esta hora, me regenere, me trasforme, me limpie, me renueve la manera de pensar. Señor, quiero llenarme de Tu Palabra para que sea Tu Palabra lo primero que pueda pensar ante las evidencias de alguna cosa negativa. Que pueda hacer declaraciones de fe y ver cómo mi entorno cambia porque cambia mi mente. Te consagro, Señor, cada pensamiento, cada imaginación, cada imagen que hay en mi mente que sea purificada con Tu Espíritu. Te lo pido en el Nombre de Jesús. Amén y amén.