Estoy hablando durante este tiempo al respecto de qué influencias marcan nuestra vida. La Palabra de Dios dice en 1 Corintios (capitulo 15 versículo 34): “Velad debidamente y no pequéis”; Jesús les dijo a los discípulos: “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

Y acá el Señor inspira a Pablo a declarar: “Velad debidamente y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios”. Cuanto más conozco a Dios, más cambia mi vida; yo veo esto tan claro en la vida de Pablo y me lo resaltó un profesor de la Universidad de Oral Robert cuando yo estaba estudiando teología. Si uno coloca cronológicamente las Epístolas de éste Apóstol, en las primeras al hablar de sí mismo dice: “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”. (Filipenses 3:5-6) “fariseo, hijo de fariseo”. Primero presenta todas sus credenciales y todo lo que hacía  y su celo por la fe. Pero ya al final vemos cómo cambia su expresión: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). “Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1Timoteo 1:12). Qué cambio, cuánto más uno se acerca a Dios, más reconoce lo que hay que cambiar interiormente.

Pienso en Isaías, quien dice: “En el año que murió el rey Uzías” (Isaías 6:1 a) y para mi ese no es un detalle menor; Uzías había sido ese rey que quiso entrar al templo a ofrecer sacrificio, incienso, y no era su función. Y dice la Palabra de Dios que le brota lepra y se tiene que ir a vivir casi veinticinco años solo, apartado porque estaba enfermo y contagiaba, era impuro. En el año en que muere el rey Uzías, un rey que había quedado leproso por entrar, tomar y usurpar un lugar que no le correspondía, por hacer algo incorrecto, dice Isaías: “vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo”, era tal la gloria de Dios, los ángeles, los querubines, el Santo, Santo, Santo…  era tal la gloria de Dios que dice: hasta los quiciales de las puertas se estremecían, como que las puertas no soportaban la Gloria de Dios que se había manifestado.

Cuando él se acerca en esa intimidad a Dios inmediatamente exclama: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”, la gloria de Dios. Entendía que para ver a Dios como dijo Jesús (en Mateo 5:8) tenemos que tener un corazón limpio. Que usted sea de esos bienaventurados de limpio corazón, porque va a conocer a Dios en dimensiones que ni se ha imaginado hasta el día de hoy.

¿Quieres llegar a una intimidad más profunda con Dios? La clave está en purificar tu corazón de mala conciencia, en lavar tu cuerpo con el agua pura de la Palabra; en vivir con una mente renovada porque se alimenta de todo lo bueno, de todo lo puro, de todo lo amable, de todo lo de buen testimonio y de todo lo digno de alabanza. Cuando estás viviendo esa clase de vida, vas a experimentar intimidad con Dios -Su presencia palpable- que no la vas a poder ni siquiera expresar con palabras.

“Velad debidamente”, dice Pablo, “y no pequéis; porque algunos que no conocen a Dios”. Le estaba escribiendo a una iglesia cristiana, era una iglesia que tenía muchos problemas. Había un hijo que se acostaba con la esposa del padre, había otros que llevaban a juicio a otros cristianos delante de las cortes mundanales, había un montón de situaciones complicadas en Corinto y por eso es que el Apóstol les dice: “algunos de ustedes no conocen a Dios”. Supuestamente son cristianos, pero no han experimentado toda Su revelación, toda Su gracia, todo Su amor; hay áreas de sus vidas que todavía están cerradas. Concluye el versículo: “para vergüenza de ustedes lo digo”. Qué diferente es vivir tan apegado al Señor, que los demás se den cuenta que soy parte de Su reino.

Estaba llevando mi coche a una concesionaria y por como hablaba un muchacho me doy cuenta que es cristiano; la próxima vez que voy me atiende otro y su comentario me hizo concluir que igualmente era cristiano; a los dos les dije: “-Eh… pero en esta concesionaria hay un montón de cristianos”, y hasta les hice saber que había otra joven más que también era cristiana y trabajaba ahí con ellos. Qué hermoso es poder reconocer a los hijos de Dios dondequiera que estén.

A Pedro, en el patio del sumo sacerdote, se le acerca una joven (lo puedes leer en Marcos 14:66 en adelante) era una de las criadas y cuando lo vio a Pedro que se calentaba en ese fueguito dijo: ‘Tú estabas con Jesús, el nazareno’, pero él lo negó; al rato, ‘este es uno de ellos’, dijo otro, y Pedro lo niega. Finalmente, (y qué lindo sería que nos digan eso y reaccionemos bien) alguien dijo: ‘Verdaderamente tú eres uno de ellos, porque eres galileo y tu manera de hablar es semejante’. Que estés tanto con Jesús, que vivas tan íntimamente con Él, que hasta tu manera de hablar te delate y confirme que eres un hijo de Dios, un seguidor de Jesucristo.

Cuando nos enfocamos completamente en el Señor, hasta perdemos conciencia de nosotros mismos. Eso fue lo que pasó a Moisés (Éxodo 34 28-30) cuando estuvo en la presencia del Señor; Él le dictó las tablas de la Ley, y durante cuarenta días y cuarenta noches, no comió ni bebió, estaba completamente consagrado. Y al descender, la piel resplandecía por haber estado hablando con Dios; pero Moisés no lo sabía, no se daba cuenta, estaba tan absorto con Su presencia que ni se enteró que su rostro estaba resplandeciente después de haber pasado tiempo con el Señor.

Señor: Eso es lo que anhelamos, estar tan absortos por Tu Presencia que perdamos conciencia de nosotros mismos, que Tu rosto resplandezca sobre nosotros, que podamos ser un reflejo de Tu gloria, de Tu amor, de Tu gracia, de Tu perdón y de Tu paz a un mundo que tanto lo necesita. Quiero velar, quiero vivir en santidad; no quiero pecar. ¡Quiero conocerte cada día más! Es el anhelo de mi corazón, en esta hora. Te lo pido en Nombre de Jesús. Amen, amén y Amén.