«Cuando Moisés, el siervo del Señor, me envió a reconocer la tierra, yo tenía cuarenta años; y a mi regreso le di las noticias, según mi sentir. También sabes que los hermanos que me acompañaron desanimaron al pueblo, pero yo me mantuve fiel al Señor mi Dios. Por lo tanto, te pido que me des este monte, del cual habló el Señor aquel día. Tú eres testigo. Aquí viven los anaquitas, y tienen grandes ciudades fortificadas; pero con la ayuda del Señor puedo vencerlos y echarlos de estas tierras.» Entonces Josué bendijo a Caleb hijo de Yefune, el quenizita, y como herencia le dio Hebrón. Hasta el día de hoy es su herencia, porque siguió fielmente al Señor, Dios de Israel.» (Josué 14:7-8, 12-14 RVC)
Desde ayer por la noche estoy meditando en ésta Palabra.
Y mientras más la veo, leo y releo y vuelvo a leer más veces, Dios, me va mostrando y enseñando el proceso de la promesa ya que con Josué y Caleb por un lado y con Moisés por otro la historia fue semejante: 40 años de desierto antes de comenzar LA TAREA.
Patrones en común:
- Los deseos de libertad de Moisés y el celo por su publo, el pueblo de Dios al enfrentar al enfrentar al egipcio.
- La fuerza y la valentía de Josué y Caleb por la toma de la tierra que Dios les había prometido.
- Se enfrentaron a obstáculos enormes.
- Fueron valientes a causa de la confianza en Dios por la promesa.
En el momento en el que parecía que todo estaba dado después de una gran puerta abierta muy grande; de repente recibieron un pasaporte con todo pago con una estadía de 40 años en el desierto.
Dios les mostró la promesa para que vean que está disponible pero antes de entregarla en sus manos procesó su carácter.
Pablo le dice a Timoteo: «Aviva el fuego del don de Dios que te fue dado…»
Ahora, bien, el combustible para mantener viva la llama y que crezca aún más son esas promesas. ¿Cómo no mantener el fuego ardiendo si ya viste el lugar a dónde Dios te quiere poner?
Y ese don es una de las herramientas fundamentales que Dios va a usar para llevarte a la tierra.
Algo que me apasiona de Caleb es que cuando todo termina, ya a sus 85 años no se jubiló de su destino.
No se confirmó con cualquier tierra.
Pidió la misma tierra que Dios les había mostrado y había ido a reconocer 45 años antes.
Le había quedado la asignatura pendiente en el mismo lugar con los mismos gigantes.
Aún tenía el mismo fuego y la misma pasión.
Y así mismo supo expresar:
«…pero aún me siento tan fuerte como el día en que Moisés me envió a reconocer la tierra. Tengo fuerzas para pelear, y para salir y entrar. Por lo tanto, te pido que me des este monte, del cual habló el Señor aquel día. Tú eres testigo. Aquí viven los anaquitas, y tienen grandes ciudades fortificadas; pero con la ayuda del Señor puedo vencerlos y echarlos de estas tierras.»» (Josué 14:11-12 RVC)
¿Y cuál fue el resultado?
«Entonces Josué bendijo a Caleb hijo de Yefune, el quenizita, y como herencia le dio Hebrón. Hasta el día de hoy es su herencia, porque siguió fielmente al Señor, Dios de Israel.» (Josué 14:13-14 RVC)
Realmente las promesas de Dios, sus dones y el llamamiento son irrevocables.
Si mantenemos la llama encendida no moriremos sin ver la promesa cumplida.
Mariano Javier Virnik