“No salga de vuestra boca ninguna palabra mala. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y traigan beneficios a quienes las escuchen” Ef.4:29
MUSICA EN LAS COMVERSACIONES
Las palabras que usted habla, siempre tienen música. Desde un niño que recién aprende a leer, un joven adolescente, una mamá embarazada, un ejecutivo en funciones, un policía en el medio de un atraco o un narrador profesional, un mismo texto dice cosas diferentes a quienes escuchan.
La música de nuestras palabras se genera en las intenciones que persiga nuestro corazón y eso hará que la recepción del mensaje varíe. Por ello es normal que una mamá detecte telefónicamente en el “hola” inicial, el estado anímico de su hijo y lamentablemente es normal que se generen grandes desavenencias en el trabajo a partir del saludo inicial.
Hablar y hacer música tienen los mismos fundamentos, ambos forman parte de la comunicación humana. La carencia de ideas, la monotonía, repetir siempre lo mismo y divagar sin concretar, son sonidos que no interesan escuchar. Por eso, cuando pensemos en proyectar nuestras ideas, pensemos en la forma de hablar, de transmitirlas. Mucho se trabaja sobre estos temas en las áreas de telemarketing, ventas, recepción. Los locutores, actores, políticos y otros aprenden a expresar las palabras con la música que quieren que su audiencia reciba.
También podemos detectar de donde es oriunda una persona, o cuando los chicos nos mienten, podemos identificar a seguidores de ciertos ritmos o de conjuntos musicales; todas las personas tenemos un sonido especial, una música que nos identifica y son propias, exclusivas y únicas para cada ser humano.
Las palabras las convertimos en sonidos y se generan frases, ideas y es como en una pieza musical. Por ello, cuando hablamos, es muy importante elegir los elementos musicales y las palabras que utilizaremos. Cuando usamos mal las palabras (suenan como malas palabras o “palabras malas”), es lo mismo ocurre en música si colocamos una nota fuera de lugar, un ritmo incorrecto, o la armonía inadecuada. A esta incomunicación la llamamos “ruido” o “desafinaciones” y con ellas no podemos generar música y eso es desagradable a nuestros oyentes y más aún dentro de nuestros equipos de trabajo.
La música en nuestras conversaciones habla más fuerte que las palabras. Decirle a alguien “te amo” será recibido acorde a las emociones que genere y no a las palabras solamente. “De la abundancia del corazón habla la boca” dice el Gran Libro, por ello debemos revisar siempre las intenciones que traemos. Nuestros estados de ánimo no cambian las palabras sino afectan la música con que las expresamos. Así se detecta la ironía, las burlas, la furia, el enojo, la alegría o tristeza, si estamos cansados o apurados, enfermos, todo lo percibimos desde la música que lleven nuestras palabras.
Cuando se requiere hablar en público o hacer una presentación de un nuevo proyecto, pensemos que estamos creando un tema musical: debemos buscar efectos, subir o bajar la energía, generar variaciones. Si comenzamos bien arriba debemos bajar para luego poder subir. Si comenzamos abajo, vamos subiendo, lo importante es que el final sea arriba. Debemos alejarnos de que todo suene igual, monotónico, como hablan los robots, esto hace perder la atención, es aburrido, duerme a la audiencia y le quita importancia al proyecto. Esa sonoridad monotónica se convierte en ruido y el receptor deja de escuchar.
Presta atención a la música que expresan tus palabras para que “contribuyan a la necesaria edificación y traigan beneficios a quienes las escuchen”.