Mi primer encuentro con Jesús llegó a través de un enlace de YouTube a un pastor, desde la red social de alguien que nunca había visto. No había explicación lógica de porqué fuí cautivado al instante ya que nunca me habían hablado, no tenía amigos cristianos y era un musulmán devoto desilusionado del Islam, pero Dios me flechó, hizo un cambio sobrenatural en mi.

Me volví dispuesto a entender la verdad de Dios sin una comunidad cristiana que me apoyara. Aún así, solo con mis pensamientos y el maravilloso mundo del contenido bíblico en línea, pude crecer en la fe y fui bautizado en una iglesia a millas lejos de mi hogar. No tenía contexto cultural o familiares que me ayudaran a comenzar mi viaje de fe- con solo mi dulce mentora, la Biblia e internet.

Cuando aprendí del Evangelio de Cristo y Su Señorío, tuve que desechar todo lo que sabía de Jesús desde el Islam. Mi mentor me chequeaba diariamente, por teléfono o texto, para asegurarse de que estaba orando, leyendo la Palabra, y escuchando al Espíritu Santo. Aunque vivía a miles de millas de dónde yo estaba, ella me discipulaba con amor y paciencia de una santa – tal como manda el Señor.

Desde que perdí todo lo que sabía y amaba después de dejar el Islam, hubieron tiempos de gran soledad pero también de tremendo crecimiento espiritual. Durante los primeros dos años, las Escrituras cobraron vida por el Poder del Espíritu Santo. Los recursos en línea como logos.com y enseñanzas fiables cómo de pastores eran recursos invaluables. Eventualmente encontré una iglesia maravillosa donde estuve varios años, pero aún tenía una curiosidad de niño para aprender acerca de los grandes misterios de la fe en Dios. Aún amo esos pequeños pasos que me guiaron a realidades mas profundas en mi relativamente nueva relación con Cristo.

Recientemente, he estado luchando con mi hija adolescente y su comportamiento y he experimentado rabia, algo que no sentí desde que llegué a mi fe. Me sentí horrible por mi exabrupto y lloré incesantemente por el perdón de Dios, rogándole por fortaleza. Cada día oraba para no actuar así nuevamente pero la inhabilidad de cambiar a mi hija me puso furiosa. Resentimiento, ira, culpa, y luego vergüenza -un círculo vicioso para la mayoría de los padres de adolescentes.

Aunque oré por paz, templanza y dominio propio, solo parecía faltarme más y más. Por momentos escuchaba en mis oraciones “¿Acaso confías en mí?” pero aún así no podía apagar las voces condenatorias. El enemigo estaba en mis oídos, acusandome de no seguir a Cristo hasta ser una mejor padre. En el medio, la madre de mis hijastros me envió un vídeo de un pastor y que pensó que disfrutaría. Resultó que este era un calvinista, algo de lo que no tenía idea. Esto despertó en mi la curiosidad y me recordó mis primeros encuentros con el Evangelio. Pasé las siguientes semanas escuchando y leyendo todo lo posible acerca de la libre voluntad y como juega un papel en la predestinación y elección de la salvación.

Aunque no puedo ser elocuente al explicar las complejidades teológicas de las diferentes posiciones teóricas, en la raíz de los debates se encuentra el hecho de si las criaturas pecaminosas pueden elegir creer o si quien elige es Dios. Los calvinistas creen primariamente en la total depravación del hombre y de la limitación, que significa que Cristo solo murió por aquellos predestinados para salvación. La elección de Dios para salvación no está basada en la futura fe del individuo, sino en la soberana Gracia del Dios Todopoderoso:

“Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que vivamos en santidad y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado”. (Efesios 1:4-6)

Al otro lado del espectro está la otra perspectiva, de que Dios le da a cada uno la oportunidad de salvación y, en su divina sapiencia del futuro, elige a aquellos que saben que seguirán a Jesús. Es Dios quién da el puntapié inicial, pero el hombre decide la respuesta. Entonces, solo porque Dios sepa lo que viene, no significa que lo ha predeterminado.

En el corazón de la cuestión es quien controla en última instancia el hecho de que alguien se convierta en creyente. Es la voluntad libre del hombre un factor de elección de Dios, o Dios mismo tiene el absoluto control. Si realmente creemos en la Soberanía de Dios, ¿Cómo entonces la salvación podría quedar a Merced de la decisión de un corrupto pecador?

Yo estaba tan fascinado por la pregunta que decidí compartir la idea con mi grupo de estudios bíblicos. Fue increíble escuchar a la gente como se sentía al respecto. Algunos insistían en la importancia de la voluntad libre y la salvación abierta a todos. Argumentaban que sería cruel que Dios eligiera a unos por sobre otros, algo totalmente fuera del carácter bondadoso del Dios al que servimos. Otros creían que el solo hechomde pensarlo era inapropiado. ¿Cómo siquiera podíamos pensar en contra del libre albedrío respecto a la fe?

Tuve que repetir una y otra vez que no eran perspectivas mías -yo simplemente quería poner la atención a un debate teológico que ha existido por siglos. Más importante, no había intención para los 20 que éramos de generar confusión.

Ya sea que la libertad juegue un papel en la elección de Dios o no es un gran misterio para mí. Llegar a la fe fue algo más grande que cualquier cosa que pude pensar, así que podría ser sorprendente si tuve un poco que ver en eso. De cualquier manera, llegar a la salvación es imposible sin la soberanía de Dios, Su Gracia y Su Voluntad. Ninguno de nosotros puede “hacer” a nuestros seres amados seguidores de Jesús. Más allá de cuan profundo pueda ser el testimonio, la interacción de la persona y la soberanía de Dios es entre ellos dos. Nosotros oramos, intercedemos, enseñamos el Evangelio. Aún así, la relación del Señor con sus hijos es vertical. Ya ha sido así predeterminado desde la fundación del mundo.

Hay una tensión espiritual entre las doctrinas de la divina elección, el evangelismo y la absoluta voluntad de Dios. Sin embargo, nuestra confianza en la Perfecta Voluntad de Dios de alcanzar su propósito en la tierra es liberador. Podemos compartir el Evangelio sin miedo al fracaso. Si, queremos que la gente sea transformada radicalmente por una relación personal con Jesús, pero no podemos forzar que suceda.

Finalmente entendí cuando el Señor me preguntaba si confiaba en Él. Yo necesitaba rendir los resultados a Él. Existe un confort en dejar el poder. Pude encontrar paz en mi rendición.

“Busqué al Señor y él me respondió; me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4).