En Argentina tenemos otros problemas. Y por eso, la inmigración, especialmente de los sirios, que huyen de su guerra civil, se ve a la distancia.

El horror que viven los cientos de miles de inmigrantes de varios países de Medio Oriente, en particular los ciudadanos de Siria, que a causa del asolamiento de ISIS, el grupo extremista musulmán compuestos por terroristas, causan muertes por doquier; la hambruna y otros conflictos políticos, los expulsan de su territorio.

Esa expulsión, y esa presión que los ahoga, los empuja a tomar una terrible decisión: salir de su país, con sus hijos, un bolso con pertenencias y quedar expuestos a todos. Los terroristas, las mafias que recolectan esclavos (en pleno Siglo XXI), y lo literal: morir ahogado en el Mediterráneo. Morir como Aylan Kurdi junto a su hermanito y a su mamá; junto a miles y cientos de anónimos que no impactaron en la noticias y desconocemos su identidad.

Ahora, esto es un simple análisis de los sucesos. Entonces, me asaltan las preguntas: ¿Qué podría hacer que mitigue, de alguna manera su dolor? Acaso, ¿no podría ser yo y mi hijo quienes fuéramos ciudadanos sirios o iraquíes, y debiéramos huir de nuestra Patria…? Yo no sé nadar. Le tengo temor al agua. Pero, ¿Qué no haría por salvar a mi hijo…? A tal extremo, que el de embarcarme sin saber nadar…

En otro tiempo, en mi vida, sentí la misma desesperación… Me fui de mi casa porque preferí morirme de hambre, o vivir mal; a seguir viviendo como estaba. En el fondo de mi corazón, tenía la esperanza que hubiera una alternativa que me salvara.

Y eso es lo que ellos sienten: la esperanza de que en otro lugar se pueda vivir mejor, aunque el precio por pagar sea el de su propia vida.

Todos los seres humanos anhelamos vivir en paz y en libertad.

¿Qué hago yo por los refugiados…?

Lo único que tengo al alcance de mi mano por los refugiados es orar, para que el Espíritu Santo ilumine, guíe y movilice nuestros espíritus para unirnos en oración, para que las autoridades políticas que tienen el privilegio de gobernar y la alta responsabilidad de tomar decisiones, así lo hagan.

Este es un grave problema. Profundo, complejo y propio de los tiempos que vivimos. Qué paradoja tiene la humanidad: Pareciera que algunos se dan cuenta de que tenían que ayudar a alguien, cuando ese alguien ya está muerto y no necesita de esa ayuda.

Quisiera que Cristo nos hiciera más visionarios; que nos ayudara a despertarnos y a estar atentos y velando por las necesidades; en permanente oración de súplica y ruego, como si nosotros mismo fuéramos los inmigrantes; los que sufren y pasan hambre; persecución o cárcel en cualquier lugar del Planeta que sea.

No esperemos a que nos pase a nosotros para orar. Aprendamos del dolor que es tan sabio para mantenernos despiertos.

Si nuestros problemas no son tan graves; o al menos tan aterradores, tengamos compasión. Es verdad, nosotros no podemos hacer nada en lo material; pero sí muchísimo en lo espiritual.

Otro niño sirio, Kinan Masalmeh, de sólo 13 años, le dijo a un periodista de Al Jazeera, -en una ciudad fronteriza de Siria-, “Sólo paren la guerra que nosotros no queremos ir a Europa. Sólo paren la guerra en Siria. Sólo eso.”

Elocuentes y concretas palabras. Detener la guerra. Poder vivir en paz en su propio país.

Oremos por la Paz

Por ello, el apóstol Pablo nos dejó algunas enseñanzas –entre muchas otras-: -Oren sin cesar; No apaguen el Espíritu; -No durmamos, sino mantengamos atentos y sobrios; -Ejercitemos en la piedad; Hacer rogativas y oraciones por todos los hombres (Tesalonicenses).

También, el apóstol Pablo expresó: “Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).

Oremos sin cesar. Demos gracias y loas a Jehová, porque su nombre sigue siendo “Dios de los ejércitos”; y como le dijo a Moíses: “Yo Soy el que Soy” (Éxodo 3:14).

Por los siglos, de los siglos, Jehová es, y nuestra fe puede mover su mano poderosa en beneficio de aquéllos que hoy no gozan del privilegio de la paz.

Oremos, todos juntos, sin cesar. Clamemos, con la certeza de que seremos oídos.

Jehová, dios de los ejércitos, es el que oye.-