¿Luchamos a menudo por ser auténticos? Como nos cuesta a veces conectarnos con lo auténtico y genuino de nosotros.
Pienso que muchas veces buscamos serlo con todas nuestras fuerzas y con las mejores intenciones de serlo, aunque muchas veces fracasamos en ello.
Cuando en San Mateo 18.3 el Señor Jesús nos pide volvernos y ser como un niño de modo de lograr entrar al Reino de los Cielos, puede que tenga relación con ser auténticos como los niños.
A los pequeños les cuesta mucho fingir lo que no son, les sale naturalmente quienes son, el ser auténticos. Mucho podría decirse de por que luego de crecer y desarrollarnos no siempre somos auténticos, pero una de las razones básicas pudo haber sido nuestro aprendizaje a ser lo que no somos en el contacto con el mundo social desde la infancia.
Muchos de nosotros sentimos que sacrificamos algo de lo auténtico que somos como si algo nos forzara a actuar de determinada manera, y al hacerlo estuviéramos desconectado del verdadero «uno mismo». Cuando esto sucede, puede deberse a que posiblemente desde la niñez hayamos sido entrenados a cambiar lo que sentíamos, pensábamos o queríamos, para agradar a otras personas o instituciones, figuras significativas para nosotros tales como los padres, la escuela, docentes, compañeros, etc.
Vivimos en una sociedad basada en lo superficial y temporal, la imagen, la moda, la falsedad, que hace fuerza para crear individuos homogénios, con carácteristicas similares en masa, y raramente estamos ajenos a que personas hayan tenido algún tipo de influencia sobre nosotros, desde dicha Sociedad secular.
Muchas veces, para agradar a esas personas, nuestra autoestima parece haberse ido a algún sitio fuera de nuestro alcance, debido a que desde muy pequeños fuimos enseñados o educados a reprimir o tapar lo que nos gustaría ser, decir, pensar o hacer de verdad.
Constantemente los adultos nos dijeron que lo que pensamos, sentimos y queremos no valía nada, y que lo considerado valioso estaba más relacionado con lo que ellos pensaban, decían y querían para nosotros.
Nuestro verdadero ser con su creatividad y su verdad quedó en algún rincón, como en penitencia. Aprendimos a esconder nuestro verdadero ser, y adoptamos un falso «uno mismo» para complacer a otros y sus expectativas.
Al ajustarnos a ese mundo de afuera, olvidamos nuestro verdadero querer, sentir, pensar y en vez de dar lugar a expresiones genuinas hemos adoptado una cáscara. Nos cuesta entender porque tenemos tantas dificultades para tomar decisiones, dificultad para ser asertivos, esto es, saber decir que no oportunamente, y pensar diferente a otros. Aquel falso «uno mismo» que define lo que se es en base al criterio de terceros, a muchos de nosotros lamentablemente nos ha acompañado hasta la actualidad, por muchos días y años. Esa cáscara continua teniendo fuerza, subyace instalada desconectándonos de nuestro diseño original, nos afecta impidiéndo aflorar lo genuino, incluyendo nuestros valores, decisiones y acertividades. Hemos olvidado lo que sentimos, lo que queremos, lo que pensamos y lo que preferimos, y lo que somos, pues hemos sido diseñados o educados a desentendernos de ello.
Dios hizo a cada uno distinto, y esta sociedad secular no debiera seguir determinando lo que somos, sino la diversidad y creatividad con la que nos hizo Dios.
Vivir tapando lo verdadero de uno mismo no teniendo porque seguir siendo así indefinidamente, ese patrón de pensamiento y conducta puede ser revertida y desarraigada por Dios. Por ejemplo, quien de niño perdió un ser querido, quisiera haber podido desahogarse, pero pude haber un mandato social que le haya enseñado que no debía llorar o expresarse para no molestar a los adultos y al haber un duelo no resuelto, esas lágrimas deberán hallar su curso para salir, y el primer interesado en consolar las lágrimas de ese niño olvidado será Dios mismo. Aunque fue inhabilitado de niño a expresarse, puede habilitarse de adulto a expresar y ser lo que Dios le diseñó ser.
Es necesario el resurgimiento del verdadero «uno mismo», es lo que Dios quiere redimir en nosotros, los auténticos sentimientos, pensamientos y voluntad; pues es a través de lo verdadero en nosotros mismos, es decir, como Dios nos hizo, el medio por el cual tener la comunión que Dios anhela tener con nosotros. El volver a contactarse con uno mismo se puede re-descubrir mediante la oración, la busqueda y la comunión con el Señor Jesucristo. En algunos casos como complemento un proceso terapéutico que colabore con el Señor puede ser de mucha ayuda y utilidad. Aunque llevará un tiempo y sea un proceso, y no sea inmediato, puede significar luchas, desafíos, pero animarse a romper la cáscara será un proceso satisfactorio, y lograr volver a conectarse con lo más auténtico, tendrá también efectos directos favorables y beneficiosos en su salud, y comunión con Dios.
Por Juan Cohen