La semana pasada, un amigo que conocí hace más de 20 años, festejaba su cumpleaños. Había subido a su sitio de Facebook fotos con amigos y palabras de alegría y agradecimiento por los felices momentos vividos.
Se acostó a dormir. Y a la otra mañana, lo encontraron muerto. No se sabe si fue por intoxicación de Monóxido de Carbono (una mala ventilación del Calorama), un paro cardiorespiratorio o Muerte súbita. Cualquiera sea la causa que explique la autopsia a la que fue sometido, será un mero formalismo.
Marcelo ya no está en este mundo. Ha partido rumbo a la presencia de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo.
Marcelo vivió su vida como decidió hacerlo. Sus decisiones fueron desde que era joven. Vivió en Estados Unidos unos años y luego regresó nuevamente a la Argentina. Desde hacía dos meses vivía y trabajaba en la provincia de Neuquén (Argentina).
Se casó, tuvo una hija Vanesa, que hoy tiene 25 años, y después se separó. Después, intentó otras relaciones, que tampoco perduraron en el tiempo.
Mi hermana me llamó y me contó sobre el deceso de Marcelo.
Y mientras oraba, me preguntaba: ¿Cuándo Marcelo estuviera en la presencia de Dios, Jesucristo sería su abogado? ¿Quién defendería a Marcelo de lo que estaba escrito? Y su nombre, ¿Estaría escrito en el Libro de la Vida…? ¿Acaso alguna vez había recibido a Cristo como el Señor y Salvador de su vida…?
Es muy probable que Dios le haya permitido que escuche el evangelio de la salvación. Dios nos da muchas oportunidades. Somos nosotros quienes decidimos aceptar a Jesús como nuestro Salvador, o no.
Y también Dios, como estableció desde el principio, es un Dios de Palabra, de Libertad, de Libre albedrío; de respeto a todas sus criaturas creadas, porque todo su amor lo derramó en el envío de su unigénito Hijo Jesucristo, quien en obediencia entregó su vida y su sangre en la Cruz del Calvario.
Dios nos ha dado un extraordinario y maravilloso libre albedrío para decidir sobre todo. Incluso para tomar malas, terribles y esclavistas decisiones que atentan contra nuestra vida y nuestra libertad. Pero, aun así, aunque a Dios le duela en lo más profundo de su corazón las barbaridades que hacemos, se mantiene firme, porque ha jurado por él mismo, y nos permite vivir y decidir.
Marcelo decidió lo que quiso. No tengo la certeza, pero presumo que no fue Jesús el Señor de su vida, y ahora ya no puede decidir nada.
¿De qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma? (S. Lucas 9:25).
No vuelvas a ser esclavo de lo que Cristo ya te libertó. No vuelvas a tomar decisiones equivocadas que te retrotraigan al pasado.
No desperdicies las abundantes oportunidades que nuestro bondadoso y misericordioso Padre Dios nos da y acepta hoy a Cristo en tu vida porque él es agua abundante, vida nueva, luz, paz, y certeza de que en la próxima vida estaremos juntos.
Cuando sabes que tu muerte es sólo la puerta que deberás atravesar para encontrarte con Jesucristo, el amigo eterno; que te has esforzado por cumplir los mandamientos del Padre, para considerarte integrante de su familia, y para que te reconozca; todo lo que estés viviendo en este momento, te parecerá absolutamente insignificante.
No en vano dijo el apóstol Pablo, que si el vivir es Cristo el morir es ganancia.
El morir es ganancia si viviste por Cristo. De lo contrario, la muerte es un horror, un espanto y una desesperación imposible de evadir.
El libre albedrío debe guiarte a decidirte por Jesucristo; por su inefable amor; por su extraordinaria salvación y porque Cristo vive, reina y viene. ¡Gloria a Dios por todo ello!