A principios de 1998, cuando tenía sólo 26 años de edad, Paula se enfermó, y empezó a tener algunos síntomas extraños como encías dolorosas y sangrados, sangre en su orina, y luego otros tipos de hemorragia. Aunque se sometió a una serie de chequeos en el hospital en su ciudad natal de Río Hondo, en la provincia de Santiago del Estero, los médicos no pudieron identificar el problema ni aliviar sus síntomas. A medida que su enfermedad se desarrolló, empezó a tener problemas para respirar, no tenía fuerzas, y las hemorragias eran peores.

Los médicos finalmente le diagnosticaron leucemia mieloide aguda (LMA), un cáncer terrible que afecta las células sanguíneas y una enfermedad que suele ser fatal en cuestión de semanas, con pocas posibilidades de recuperación. Paula empezó con un tratamiento de transfusiones de sangre regulares, pero su nivel de células sanguíneas siguió cayendo, y además empezó a tener infecciones y vómitos. Cada día Paula estaba más débil, por esa razon sus padres tomaron la decisión de pedir prestado dinero para enviarla al Hospital Italiano de Buenos Aires. Después de un mes y medio, los médicos descubrieron que su cuerpo no estaba aceptando más transfusiones de sangre, y la única manera de mantenerla con vida fue por cateterismo, los cuales fueron colocados en diversas partes de su cuerpo. Finalmente los médicos dijeron a su madre, que junte a la familia, porque a Paula le daba solo dos días de vida.

Su familia de 6 hermanos y hermanas se angustiaron mucho ante la perspectiva de perder a su hermana a una edad tan joven. Uno de sus primos era un creyente, y cuando recibió las noticias, se puso a orar. El Señor le recordó de un versículo en la Biblia que dice: «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor?» El envió un mensaje a un pastor en Buenos Aires, quien se comprometió a visitar a Paula. Cuando el pastor llegó a su lado, la encontró al punto de morir. Pero él le habló de su necesidad de arrepentirse sinceramente de sus pecados. Paula fue tocada por su mensaje, y con lágrimas corriendo por su cara, ella repitió la oración para aceptar a Jesús en su corazón. Luego el pastor se fue, pero media hora más tarde, su madre se sorprendió al ver sentado a Paula en su cama. Ella empezó a orar «Señor, dame la oportunidad de vivir. Quiero ser un instrumento para tu gloria.» En ese momento sintió que Dios le había devuelto la vida y que iba a sobrevivir.

Aunque Paula ahora tenía paz en su corazón y una nueva fuerza y esperanza, los chequeos médicos mostraron que no ocurrió ninguna mejora en el nivel de las células de su sangre. En el verano de 1986, muchos en Buenos Aires hablaban de los milagros que sucedían en una campaña evangelística en el barrio de La Boca. Cuando Paula escuchó lo que estaba pasando, tenía ganas de asistir, con la esperanza de que Dios pueda hacer un milagro en su vida. A pesar de la muchedumbre, su madre logró encontrar un lugar para ella en un área reservada para los enfermos. Cuando llegó el momento de la oración por sanidad, Paula y su madre pasaron al frente de la plataforma y recibieron oración por la imposición de manos. Inmediatamente se sintió mejor, pero decidió esperar antes de dar testimonio. En los próximos días, poco a poco volvieron sus fuerzas. Cuando llegaron los resultados de los nuevos estudios, los médicos se sorprendieron al encontrar que su nivel de células sanguíneas había mejorado. Los médicos no pudieron encontrar ninguna explicación para el sorprendente cambio en su salud y a Paula le llamaba «la niña con la varita mágica».

Después de unas semanas, Paula y su madre pudieron  volver a su casa en Santiago del Estero. Durante el mes siguente, la familia entera entregaron sus vidas al Señor. Habían estado en una situación financiera muy grave por la deuda debido a los tratamientos costosos de Paula, pero el Señor hizo un milagro financiero, y varios de sus hermanos pudieron conseguir buenos puestos de trabajo para pagar la deuda. Varios años más tarde, Paula se mudó a Buenos Aires, y un día se fue a una reunión en la que Ev Carlos Annacondia predicaba. Contó a la multitud asombrada cómo el Señor le había devuelto su vida.