Tal es el título de un artículo que me sorprendió al encontrarlo en el diario esta mañana. Siempre leemos que justamente la religión y la ciencia están divorciadas y transitan por caminos opuestos pero no nos han enseñado a ver las incongruencias que presenta una ciencia desligada de Dios.
El artículo mencionado fue escrito por el físico Paul Davies quien se desempeña como Director de Investigación de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y se publicó originalmente en The New York Times siendo traducido al español por el diario Clarín de Buenos Aires el 3 de diciembre de 2007.
Una frase llamativa dice así; “La fe no es componente sólo de las convicciones religiosas. Los científicos creen, más de lo que se supone, en conceptos irracionales.” entonces, ¿hemos vivido engañados? Sí, lamentablemente, como en muchos otros órdenes de la vida. NOS HAN ENGAÑADO.
Mis humildes palabras no podrían expresar mejor los conceptos vertidos por Davies y es por eso que deseo citarlo textualmente en su sinceridad, las negritas están en el original. Dice así;
“La ciencia, se nos dice una y otra vez, es la forma más confiable de conocimiento del mundo porque se basa en hipótesis verificables. La religión en cambio, se basa en la fe.
“La expresión “ver para creer” ilustra bien la diferencia. En la ciencia, un saludable escepticismo es una necesidad profesional, mientras que en la religión el hecho de creer sin prueba alguna se considera una virtud.
“El problema de esa separación es que la primera tiene su propio sistema de creencias basado en la fe. Toda la ciencia procede sobre la premisa de que la naturaleza está ordenada de manera racional e inteligible. Si alguien pensara que el universo es un conjunto sin sentido de elementos yuxtapuestos al azar, no podría ser un científico.
“La expresión más refinada de la inteligibilidad racional del cosmos se encuentra en las leyes de la física, las reglas fundamentales del funcionamiento de la naturaleza. Las leyes de la gravedad y el electromagnetismo, las leyes que regulan el mundo interior del átomo, las leyes del movimiento; todo ello se expresa mediante prolijas relaciones matemáticas. ¿Pero de dónde salen esas leyes? ¿Por qué tienen esa forma?
“En mis épocas de estudiante, se consideraba que las leyes de la física estaban por completo fuera de cuestión. La tarea del científico, se nos decía, es descubrir las leyes y aplicarlas, no preguntarse por su procedencia. Las leyes se consideraban algo “dado” –grabadas en el universo a la manera de la marca de un creador en el momento del nacimiento cósmico- y estable para toda la eternidad. Para ser un científico, por lo tanto, había que tener fe en que el universo estaba regido por leyes matemáticas universales, absolutas, inmutables y confiables.
“Hace años que a menudo pregunto a mis colegas físicos por qué las leyes de la física son lo que son. Las respuestas varían entre “esa no es una pregunta científica” y “nadie lo sabe”. La idea de que las leyes existen sin razón alguna es profundamente antirracional. Después de todo, la esencia de la explicación científica de un fenómeno es que el mundo está ordenado de forma lógica y que hay razones por las que las cosas son como son. Si se rastrean esas razones hasta el fundamento de la realidad –las leyes de la física- sólo para descubrir que entonces la razón nos abandona, eso invalida la ciencia.
“¿Es posible que el poderoso edificio de orden físico que percibimos en el mundo que nos rodea se base en última instancia en un absurdo irracional? Si es así, entonces la naturaleza es un engaño inteligente y perverso: ausencia de sentido y absurdo disfrazados de orden genial y racionalidad.
“Si bien durante mucho tiempo los científicos se inclinaron por ignorar las preguntas relativas al origen de las leyes de la física, ahora experimentan un cambio de actitud considerable.
“Es evidente, entonces, que tanto la religión como la ciencia se basan en la fe, a saber, en la creencia en la existencia de algo exterior al universo, como un Dios no explicado o un conjunto no explicado de leyes físicas.”
Hasta aquí las palabras de un científico honesto que no encuentra una respuesta clara al orden que nos rige. A continuación vamos a analizar algunas de sus frases;
“La tarea del científico, se nos decía, es descubrir las leyes y aplicarlas, no preguntarse por su procedencia” Aquí vemos que al científico se lo forma sobre bases endebles, No sabe cuál es el fundamento de lo que estudia y aplica. Deliberadamente se excluye cualquier referencia a una mente superior que pudiera haber establecido las leyes universales. En otras palabras, está prohibido cualquier pensamiento que pueda llevar a creer que existe una mente superior que diseñó y creó el universo.
“Hace años que a menudo pregunto a mis colegas físicos por qué las leyes de la física son lo que son. Las respuestas varían entre “esa no es una pregunta científica” y “nadie lo sabe”. La idea de que las leyes existen sin razón alguna es profundamente antirracional.” Existen preguntas que los científicos no desean responderse cuando éstas los acercan al terreno de lo metafísico. Es decir, no desean que exista un Dios a quién reconocerle su sabiduría.
“¿Es posible que el poderoso edificio de orden físico que percibimos en el mundo que nos rodea se base en última instancia en un absurdo irracional? Si es así, entonces la naturaleza es un engaño inteligente y perverso: ausencia de sentido y absurdo disfrazados de orden genial y racionalidad.” No es posible de ninguna manera que el orden lógico que rige el universo provenga de la casualidad. Ésta afirmación es una piedra de tropiezo muy grande para la ciencia. Una piedra que pretende ser ignorada antes que reconocida.
“Si bien durante mucho tiempo los científicos se inclinaron por ignorar las preguntas relativas al origen de las leyes de la física, ahora experimentan un cambio de actitud considerable.” Bienvenido sea un cambio de actitud, pero no se generalizará hasta que no sean confrontados con ésta realidad desde su formación en las aulas,
“Es evidente, entonces, que tanto la religión como la ciencia se basan en la fe, a saber, en la creencia en la existencia de algo exterior al universo, como un Dios no explicado o un conjunto no explicado de leyes físicas.” Este es el punto verdaderamente importante, si tanto la ciencia como la religión comparten la misma base entonces los religiosos que creemos en la existencia de un Dios Creador habremos perdido a un adversario y podremos sentarnos en la misma mesa a conversar sobre la existencia de ese “Dios no explicado” para muchos, pero que se manifiesta de tantas formas asombrosas a nuestro alrededor.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito para que todo aquél que en Él cree no se pierda sino que tenga vida eterna” (Juan 3; 16)
Lic. Daniel V. Cuccaro