La bendición de un padre es tan importante que hasta Jesucristo mismo no hizo ningún milagro ni predicó un mensaje hasta haber recibido, en público, la bendición de Dios su Padre.

En Lucas leemos: Y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia. Lucas 3:22

Hoy día, la frase que oímos a Dios decir sobre Jesús no es algo típico que oiríamos a los padres decirles a sus hijos. Pero entiendo que los padres judíos de la época sí estaban acostumbrados a oír decir: “Este es mi hijo en el cual tengo complacencia” (Satisfacción o placer con que se hace o se recibe algo.)

Entiendo que era común que los padres judíos dijeran estas palabras sobre las vidas de sus hijos cuando los enviaban a la vida e imponiendo sus manos sobre su cabeza.

Cualquier que había asistido a una ceremonia hebrea, estaba familiarizado con las palabras que Dios el Padre declaró sobre Jesús.

De la única persona que no se podía decir esta frase era de una persona de nacimiento cuestionable o ilegítimo. Dadas las extrañas circunstancias del nacimiento de Jesús, muchas personas lo consideraban alguien ilegítimo. Además, como Jesús no era el hijo biológico de José, seguramente José no declaró estas palabras de bendición sobre Jesús cuando lo entregó a la vida adulta.

Este ejemplo es una buena ilustración de una bendición y una maldición. Los padres, por medio de sus palabras, malas actitudes y acciones tienen la habilidad de bendecir o maldecir las identidades de sus hijos.

¿Cuántos de ustedes recibieron una ceremonia de bendición o una poderosa impartición de bendición de parte de su padre entregándoles a la identidad y destino de la vida adulta o en algún momento de la pubertad?”.

No dejes de dar la Bendición, ni te niegues a recibirla, pues Dios como nuestro Padre celestial, nos bendijo en Cristo Jesús.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” Efesios 1:3