Toda la humanidad lucha una pelea constante por su libertad, algunas veces política, otras económicas o de otro tipo de opresión.

Cuando Jesús llegó a la tierra encontró al pueblo donde fue enviado para cumplir su misión, bajo la opresión de un imperio que los tenía sometidos y los habitantes entendieron que el generaría el cambio que ellos estaban esperando que era ser libres de todo eso.

Cuanta desilusión al ver pasar los días y lo que ellos estaban esperando se esfumaba a la vista de sus ojos, un sentido de frustración por ese líder libertador que no se demostraba en los términos que ellos esperaba.

Cuando Jesús les decía que establecería un reino, ellos pensaban en las pompas y lujos que veían en sus opresores, pero él les hablaba de un reino espiritual y donde Jesús se entronaría sería en sus corazones, porque el reino que el les proponía no era de esta tierra.

Hoy debemos volver a recordar que la promesa de Jesucristo sigue en pie y  que el desea vivir en nosotros gobernando nuestras vidas. Se puede volver a mal interpretar, pensando que estamos habilitados para tener todo el poder económico y político, errando como los primeros discípulos.

El Reino de Dios ya está entre nosotros, solo desea corazones que permitan entrar al rey de Reyes y señor de Señores a gobernar espiritualmente nuestras vidas y así gozar de toda su libertad.