Hay días en que necesitamos que nos animen -que alguien tome los pompones y los sacuda a nuestro favor. Alguien que nos diga: «¡Sigue adelante, tu puedes hacerlo!», especialmente cuando sentimos que estamos a punto de abandonar.

Después, existen otros días -días cuando necesitamos la gentil voz de aliento de parte de alguien que nos conozca bien. En esos días es que necesitamos que nos digan: » Sé que esto se siente doloroso, pero hiciste lo correcto.»

Y luego, hay días en que lo único que necesitas es que alguien te diga la verdad.

Éste era uno de esos días. Sabes, una conversación no había terminado bien. Alguien de mi equipo vino a mi con un problema que surgía de lo profundo del corazón, y era un problema conmigo.

Para ser completamente honesto, yo no quería escucharlo. Durante la conversación pude sentir como mi cuerpo se tensionaba. Podía oír como mis palabras se ponían cada ves mas duras y agresivas. No pude contenerme mientras tomaba la ruta sin retorno a un destino muy feo: una postura defensiva y cerrada.

Después de la conversación, me sentí vencido. ¿Por qué sentí la necesidad de rebajarme yendo por el camino de la justificación? Me escudé tras las respuestas «¡No es lo que quise decir! ¡No sé porqué pensaste eso!». Podría haber respondido con una pizca al menos de humillación y negación a mi amor propio. Podría haber dicho «Lo lamento. Puedo ver que herí tus sentimientos.»

Pero no lo hice.

 

¿Qué es lo que Dios está susurrando?

Al repasar el camino que había elegido tomar, aún cuando no era mi intención, me sentí triste y decepcionado.

Cuando conversé al respecto con mi amiga Sibyl, ella no ahondó precisamente en el hecho de qué es perfectamente humana y entendible la reacción que tuve. Tampoco me dijo que todo estaría bien y se resolvería pronto. No me dijo que dejara de sentirme mal al respecto. Ella solo escuchó. Se sentó junto a mí y me dejó desahogar mi corazón completamente, de la indignación egoísta y del orgulloso resentimiento que sentía por haber sido malentendida. Luego, ella hizo una observación, casi en forma de un interrogante: «Me pregunto qué es lo que Dios quiere susurrarte.»

Los susurros son tan gentiles. A veces, el aire cosquillea nuestros oídos y tenemos que quedarnos en silencio y acercarnos. Los susurros son íntimos, las palabras son sólo para uno y nadie mas. Son irresistibles. «Acercaré, quiero compartir algo sólo contigo.»

La pregunta de Sibyl me tomó con la guardia baja. ¿Susurros de parte de Dios? No Sibyl, lo que yo realmente quería era que me dijeras que no me había equivocado.

Pero Sibyl me estaba guiando a una dirección diferente. Ella sabía que sentía mi corazón herido. También sabía que en el medio del conflicto, justo en el centro del dolor por las relaciones quebradas, Dios tenía cosas que quería enseñarnos. Ella me alentó a tomarlo con calma, diciendo, «Quedate quieta, Sherry. Escucha la Voz que realmente importa. Hay cosas que Dios quiere decirte. Inclinate hacia la bondad, las verdaderas raíces que Dios hizo crecer dentro tuyo hace ya mucho tiempo. No es a mi a quien necesitas escuchar, es a Él.»

Esto era cierto. No era exactamente lo que yo quería, pero era lo que necesitaba. A menudo, corro a mis amigos que me aman cuando mi corazón y mis sentimientos están heridos. Quiero su afirmación, su confirmación, sus palabras que sanan mis golpes. Que me digan que estoy bien. Que me digan que está bien sentirse enojado. ¡Saber que están de mi lado!

Las palabras de Sibyl me recordaron que los susurros Santos de Dios eran los que yo realmente necesitaba escuchar. Son esos susurros directos del corazón de Dios los que le dan a mi alma las raíces para crecer y desplegar mis alas y volar. A veces, Dios tiene mucho más para decir que solamente: «Tú estás bien.»

En ocasiones, Él quiere trabajar en mi actitud, para formar a la mujer que Él sabe que puedo llegar a ser. A veces, Él quiere susurrarme lo que mi enojo realmente significa -que es un reflejo de mi orgullo y egoísmo. No son gritos de condenación. Son casi silenciosos e irresistibles, una invitación para acercarse y quedarse en calma. Pero es una invitación que puedo perder si no soy cuidadosa. «Ven y escucha. Ven y crece.»

Sumergete en los susurros. Él tiene algo que decirte.