El mundo de Tolkien está lleno de paralelismos con el evangelio. De hecho, el completo consejo de Dios se muestra a lo largo de las páginas de su obra maestra. Pero lo que es notable es cómo, incluso cuando es presentada en la pantalla grande por cineastas seculares, las alusiones se vuelven aún más llamativas. Y no solo estamos hablando de la idea de que un mendigo resulte ser el rey, o un viaje de sacrificio que conduzca a la destrucción del mal. Las riquezas inescrutables de Cristo están esperando ser encontradas en esta rica trilogía.

Es hacia el final de La Comunidad del Anillo, cuando están siendo acechados en las orillas del Anduin por todos los orcos, Frodo decide tomarse un descanso por su cuenta, abordando un bote de remos y lléndose por el río hacia las Cataratas de Rauros. Sam (Sean Astin), el hobbit gordo tan desesperado por serle fiel a su amo, se lanza al agua e intenta llegar a Frodo. El problema se debe a que Sam al ser corpulento, no puede mantenerse a flote y procede a comenzar a ahogarse. Brillantemente, el director Peter Jackson nos deja verlo luchar… y luego dejar de hacerlo bruscamente, por lo que los espectadores se preocupan de haber visto la muerte de Sam.

Entonces, tan abruptamente, un brazo se sumerge en el agua y arrastra a Sam a un lugar seguro y fresco. Se ve la nobleza de la lucha de Sam y la gran injusticia de su aparente muerte ya que así no es como se supone que debe terminar.

La historia de todas las demás religiones del mundo es de Sam antes de que la mano lo agarre. Cada religión, excepto una, cuenta la historia de un Dios distante, flotando de forma remota y distante, ordenando a la humanidad que venga y nade hacia él. Son nuestros esfuerzos los que nos llevan allí. Y si somos nadadores fuertes, genial; si no lo somos, terminamos como Sam. Él podría ofrecer buenos consejos como ‘Sé mejor nadador’ o ‘Deberías haber quemado esos carbohidratos, hombre’. Sin abandonar el bote.

La historia del cristianismo, sin embargo, es la historia de la mano que se estrella bajo las olas y agarra a Sam. En la historia cristiana, viene con una voz que dice: «Sé que no puedes nadar; nunca se suponía que debías llegar por tu cuenta. Toma mi mano y te salvaré. Así no es como termina». Es la historia de un… no, El Dios que viene a buscarnos, y no solo uno que apenas se moja, sino el único que se sumergiría en las profundidades del mismo infierno y arrebataría la vida de las fauces de la muerte.

Esa escena, secretada en una de las películas más populares de todos los tiempos, simplemente es la historia del bautismo. Resuenamos tanto con ella porque fuimos creados a imagen de un Dios cuyo interés es dar vida a los muertos y llamar las cosas que no son, como si fuesen. (Romanos 4:17).

Gareth Higgins dice en su libro Cómo las películas ayudaron a salvar mi alma: «Solo hay una meta-narración: la historia de la redención de Dios de la tierra y la raza de las criaturas que hizo ‘un poco más baja que los ángeles’.

Esta serie se basa en la idea de que todas las historias intentan transmitir la verdad. De esa manera, estas son intentos de vincularse a ellos mismos y a nosotros en la Gran Historia conectada al universo desde el principio: En el principio era la Palabra. Toda la verdad le pertenece a Dios, y si miramos lo suficientemente cerca, podemos encontrarlo escondiéndose a plena vista en cualquier película. Para aquellos que tienen ojos para ver, oídos para ver y palomitas de maíz para picar, las películas contienen muchas semillas en busca de un buen suelo.

Andy Kind es un comediante, predicador y escritor. Puedes contactar con él en Twitter @andykindcomedy. Su libro, Las desafortunadas aventuras de Tom Hillingthwaite está disponible en www.eden.co.uk

Fuente Christian Today