No existe nada que tenga más acoplamiento con el agua potable, que la sed, y nunca se desea más fervientemente, que cuando se camina por un desierto. Desde el inhóspito desierto de Judá, nos llega un cántico singular, sacado de un alma desesperada por Dios. Es el alma de David la que canta, y el desierto peor que atravesaba, no era tan hermoso como esos rubios terrenos propios de Israel, con algunos oasis que parecen mermar el pánico causado por una posible sed que asalte en la travesía. Así como se encabeza el título del Salmo 63, es cierto que David, uno de los más insignes representantes de la tribu de Judá, atravesaba un polvoriento desierto en su gobierno como rey. Como si fuera poco, estaba consciente mientras se adentraba en el yermo, que estaba recibiendo parte de la retribución divina, tras haber fallado en cuanto a Urías heteo (2 S. 12:10-12). Pero las nubes de arenaque enfrentaba, no se levantaban solamente desde el suelo, sino venían también del seno de su propia familia. Su admirado hijo Absalón se había levantado contra él, y con hambre desordenada de poder, ansiaba arrebatar para sí los corazones de los que estaban bajo la jurisdicción de su padre. Como si ambos terrenos, el físico y el familiar, ya no fueran lo suficientemente terribles de transitar, hay algo más importante que el alma de este adorador, extrañaba tener cerca. En el momento que escribe el Salmo, estaba lejos el arca del pacto, el instrumento más anhelado, sobre todo por los que saben lo que Moisés sabía: que, si la presencia de Dios no va con nosotros, es inseguro salir (Ver Ex. 33:15; 2 S. 15:25-27). Debajo de las alas de los querubines que cubrían el propiciatorio, se manifestaba la Shekina, la presencia del Dios de Israel. Era cotizado el privilegio de que cuando se salía a la batalla, no faltara el arca de la presencia divina entre el campamento. Ahora David, huye de su propio hijo, y con cada paso, se echa de menos a aquella gloria, de la que los verdaderos sabios no quieren prescindir.

Con poca luz sobre qué sería de su futuro, desde una tierra doblemente seca y árida, mira rumbo a la santa ciudad, y con vehemencia dice a Dios: Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela (Ver Sal. 63:1-2). Satanás no le dijo a David cuando lo incitó a pecar, que su pecado lo alejaría de los privilegios espirituales más benditos. A eso se le conoce en la Palabra, como el engaño del pecado (He. 3:13). En su etapa post caída, se manifiesta que la pérdida había sido tan terrible, que el anhelo por volver a las cercanías de la sombra de Dios, no se limitaba solo a su alma, sino que, hasta su carne, anhelaba recuperar aquella prenda de gran precio. Hay bienes que no se aprecian lo suficiente, hasta que se pierden temporal o permanentemente (Ver He. 12:16, 17). Para los santos, la siguiente aseveración de antaño, es parte de su firme convicción presente: “… mejor es un día en tus atrios, que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10). ¡En verdad, es solo en el abrigo del Altísimo, donde hallamos la sombra del Omnipotente! (Ver Sal. 91:1).

dsc01264Frente a la realidad de sus pies heridos por aquellos pedregales filosos, David decide que es mejor levantarse temprano para hablar con Dios, antes de que sus hombres de guerra puedan olfatear el olor de la batalla. No quiere ser molestado por el bullicio. No se permite así mismo que sus leales guerreros, puedan impedirle estar a solas con Dios, aunque sea, como tuvo que hacerlo Daniel, abriendo una ventana hacia Jerusalén (Ver Dn. 6:10). Por eso, firmemente se propone: “De madrugada te buscaré”. El rey de Israel, había sido llamado el hombre conforme al corazón de Dios (Ver Hch. 13:22). Ahora en un momento de desventaja, sabía que el ser restaurado, estaba íntimamente relacionado con estar cerca de la fuente que emana vida a raudal.

Pero no solo David, sino también otros, madrugaron con propósitos espirituales. Abraham lo hizo para obedecer una de las encomiendas divinas más difíciles, ofrecerle a su hijo en el altar. De aquel ejercicio comenzado antes del amanecer, regresaron ambos con un testimonio de misericordia indescriptible (Ver Gn. 22). Fue, igualmente, en una madrugada que la redoma de aceite para ungirlo rey, fue derramada por Samuel, sobre la cabeza de Saúl (Ver 1 S. 9:26- 10:1). Madrugar fue también el propósito del profeta Isaías: “… en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte” (Isa. 26:9). Jesús mismo tenía un estilo de vida devocional semejante: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mr. 1:35). Allí quedaba comúnmente, hasta que la gente salía a encontrarlo al desierto, y al llegar, hallaba en él palabras de vida eterna, salud para el cuerpo, y sobre todo, en él encontraban el sentido de la vida misma (Ver Mr. 1:36-39). Después de su muerte vicaria, se presentó vivo, primero, a María Magdalena, quién había madrugado para ir al sepulcro, pensando ungir su cuerpo (Ver Jn. 20:1).

El mundo de hoy clama por hombres y mujeres que no se dejen entretener por ninguna situación desventajosa, sino que puedan orar diciendo todavía: Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, por tanto, de madrugada te buscaré. Si queremos prevalecer en el ministerio, y ser influyentes en todo lo que Dios nos ha encomendado, debemos estar ante Dios, antes que las multitudes se hayan levantado. El Salmo 63 deja sentado el hecho, de que cuando se tiene intimidad temprana con Dios, él se encarga hasta del enemigo perseguidor. El mismo Salmista expresa que quiere estar en ese santo lugar, para contemplar la hermosura del Señor, y sabe que ello le traerá estas ventajas: “… él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto. Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean… ” (Sal. 27:4-6). Más adelante, la Sabiduría le dice a los que anhelan encontrarla: “Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan” (Prov. 8:17).

Amados, debido a los testimonios contenidos en este tratado, y a las ventajas que se reservan para los que madrugan sedientos por la presencia de Dios, te quiero animar, a creer que
¡es mejor levantarse temprano!

Mirando hacia donde hay plenitud de gozo,