¿En quién confiás?
Lo había diseñado y lo había construido íntegramente él, por lo que no se cansaba de mirarlo una y otra vez. De entre todos los barcos anclados en el puerto éste era, al menos a sus ojos, el más perfecto y el más bello sin duda alguna.
Aunque todavía no había navegado en él, ya podía sentir cómo iba a disfrutar surcar los mares en su creación, cómo juntos iban a poder llegar a parajes remotos de los que sólo había visto fotos. Ahora, gracias a su esfuerzo, esos paisajes y esos lugares exóticos quedaban al alcance de la mano, su mano.
El día en que tenía pensado por fin zarpar se le acercó un miembro de la escuadrilla de rescate del puerto para decirle que contara con ellos en caso de emergencia. Agradeció el buen gesto, pero desestimó la idea de ser rescatado, porque sabía que él y su barco, con rumbo fijo hacia sus sueños, eran insumergibles. De todas maneras el rescatador le dijo antes de irse: «Pero en caso de necesitarnos, sólo llámenos por la frecuencia de radio. En un momento iremos hacia usted. Sólo mire hacia arriba, extienda su mano y lo rescataremos».
«¡Qué cosa más absurda!» pensó el marinero para sus adentros. «Este barco lo construí con los mejores materiales y las mejores técnicas. Yo sé bien de lo que es capaz. Así que los rescatistas pueden estar seguros que no los voy a necesitar.»
Izó las velas, soltó las amarras y con la mano en el timón enfiló hacia el rumbo establecido. Era realmente como lo había soñado y se sentía el dueño de su destino; él y su barco habían sido hechos el uno para el otro y no habría nada que pudiera estorbar su deleite ni sus planes.
Tanto era su placer que no hizo caso a que el cielo se iba oscureciendo de manera paulatina. Cuando quiso darse cuenta, las olas empezaron a hacerse algo más que suaves ondas en el mar. Pero estaba tranquilo pues sabía que su barco podía atravesar por cualquier tormenta. Aseguró los aparejos y se dispuso a atravesar esa tormenta como un desafío a su conocimiento marinero y a la obra de sus manos. Las primeras olas lo entusiasmaron y parecía un chico jugando en el oleaje, pero pronto empezó a inquietarse, pues el viento y las olas, lejos de menguar, se hacían más y más intensos. De repente sintió algo que no pensó que podría sentir a bordo de su barco: miedo. Veía que por más que hiciera, su barco era como una hoja de papel tironeada por miles de manos invisibles que amenazaban con romperlo a la mitad. Intentó arriar las velas en un intento por disminuir el daño, pero ya las velas eran jirones de lona.
Estaba a merced de la tormenta. Aunque le costó tomar la decisión, fue hacia la radio y llamó al rescate. Tal como le dijeron, en sólo unos minutos el helicóptero sobrevolaba lo que ahora era casi una ruina flotante.
Vio acercarse al rescatista al final de una línea tirada desde el helicóptero y recordó la frase que se la había dicho antes de zarpar: «Sólo mire hacia arriba, extienda su mano y lo rescataremos». Extendió su mano pero antes de poder aferrarse al rescatista miró hacia abajo y no pudo dejar de pensar que asir la mano de aquel hombre significaba dejar sus sueños atrás, sus esfuerzos y la obra de su vida. El hombre seguía tendiéndole la mano y aunque el agua ya iba tragándose el barco, él se aferró al timón, en un vano intento por no darse por vencido.
Los rescatistas dicen que lo último que vieron fue a aquel marinero sujetando con fuerza el timón de su barco, mientras que éste empezaba su viaje sin retorno a las profundidades.
«Porque dónde esté su tesoro, allí estará también su corazón» Lucas 12.34 La Biblia
¿A qué cosas te has aferrado para ser feliz? ¿Son tus propios esfuerzos, tus sueños y tus preocupaciones lo que mueve tu vivir? ¿Cuáles son las cosas a las que das más importancia? Dependiendo de la respuesta a estas preguntas, así será también la forma en la que vivas aquí y ahora, y en la eternidad. Mientras tanto, el que vino a rescatar nuestras almas, también te dice, sabiendo que vendrán tormentas: «Sólo mirá hacia arriba, extendé tu mano y serás rescatado». Nada hay más importante que tu vida, por lo que es hora de pensar en quién confiaremos para salvarla y para disfrutarla, si en nuestros propios esfuerzos o en la mano de aquel que vino al mundo a darnos vida.