Había una vez un niño que tenía muy mal carácter. Todos los días se peleaba con los compañeros de colegio y con su hermano… un día,  su padre decidió hacerle un regalo fuera de lo común. El niño, al ver el paquete, lo desenvolvió con gran curiosidad y quedó sorprendido al ver lo que contenía en su interior: una caja de clavos y un martillo.

Al ver la cara de asombro de su hijo, el padre le pidió: “cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien y discutas, clava un clavo en la puerta de tu habitación”.

El primer día, el niño clavó 23 clavos en su puerta. Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su ira, pues le era más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió el control de su carácter y no tuvo que clavar más clavos.

El padre orgulloso, le dijo toma el martillo y le mostró como sacar un clavo con la parte inferior del mismo, el padre le sugirió que por cada día que pudiera controlar su carácter, sacase un clavo de la puerta.

Los días transcurrieron y al cabo de un tiempo el niño logró quitar todos los clavos de la puerta. Conmovido por ello, el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con suma tranquilidad le dijo: “Has hecho bien,  pero mira los hoyos… la puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, las palabras dejan una cicatriz en el alma, igual que ésta”.

El niño comprendió la enseñanza de su padre y descubrió el poder de las palabras.

¿Quién no se ha discutido alguna vez con alguien?
¿Quién no ha dicho en alguna ocasión algo de lo que después se ha arrepentido?.
Por mucho que se diga lo contrario, las palabras no se las lleva el viento. Las heridas verbales pueden seguir sangrando incluso después de mucho tiempo y pueden llegar a ser tan dañinas como una herida física. Por ello es mejor un silencio a tiempo que una disculpa demasiado tarde.

La palabra que menos hiere es la que nunca se ha dicho.

Como padres, educadores, o simplemente adultos que deseamos cuidar la salud familiar, debemos tomar conciencia del poder de las palabras y de la importancia de saber gestionar nuestras emociones para que ellas no nos acaben lastimando a nosotros.

Aquí tienes tres sencillos pero efectivos consejos.

1.- “Cuando estés enojado cuenta hasta 10. Cuando estés muy enfadado hazlo hasta 100”.
2.- “Identifica el detonante”.
3.- “Expresa cómo te sientes”.
Es mucho más saludable, al menos para nosotros mismos, ser sinceros y expresar abiertamente cómo nos estamos sintiendo.

Y orar en familia, pidiendo a Dios que nos ayude a controlar nuestro carácter.

 

La persona enojada comienza pleitos; el que pierde los estribos con facilidad comete todo tipo de pecados.

Proverbios 29:22 (NTV)

 

Photo by Anne NygårdUnsplash