La permanencia de un aroma depende de varios factores, desde las características de la piel a la formulación del perfume y su concentración. Si perdura es bueno, su calidad es recomendada y permanece.

De este tema escribía San Pablo, cuando relacionaba al buen perfume con el conocimiento de Cristo. Decía: por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento.  Conocer a Cristo de ninguna manera es ser religiosos y mucho menos fanáticos. Conocer a Cristo es dejar su perfume por donde nos encontremos, sea en nuestro hogar, en el trabajo, en la sociedad, en todo lugar. Es como si Cristo pasara, seguramente no pasaría desapercibido.

El arte de los perfumistas permite elaborar perfumes que al entrar en contacto con la piel de cada persona, se convierten en un aroma propio de elegancia personal y ese aroma es intransferible; la misma fragancia sobre la piel de otra persona es diferente. Lo mismo sucede con nuestras vidas cuando crecemos en la gracia y conocimiento de la persona de Jesús, todos somos distintos e irrepetibles. El arte de la diversidad creativa de Cristo es tan grande como difícil de explicar y en ella tenemos que transitar y perfumar.

Los gratos perfumes mejoran nuestra presencia, forman parte de nuestra personalidad, expresan hasta nuestra simpatía y aunque nosotros no lo percibamos porque el olfato se ha acostumbrado a su presencia, quienes se nos acercan seguramente lo detectan.

Tenemos el buen perfume de Cristo, que es la fragancia de Su conocimiento. Cuanto más permanecemos en su espíritu y lo conocemos, más fuerte y duradera es la fragancia que se exhala de nosotros. Cuando tenemos esa fragancia, las personas que están a nuestro alrededor, reciben su aroma. Necesitamos exhalar más y más la fragancia del conocimiento de Cristo.

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.

Cuando andas de aquí para allá, que perfume dejas con tus actitudes?