Estos días transcurridos, me detuve a analizar con minuciosidad acerca de los milagros que diariamente pasan inadvertidos por nuestro lado, y no podemos detenernos a disfrutar. Así como pasó por mi mente esto, también me detuve a analizar las posibles variables del por qué de ello y sólo al reconocerlas, resonaba en mí: preciso cambiar la manera en la que observo la vida.
Si cada mañana al despertar, tan sólo pudiésemos, admirar un nuevo amanecer, con ojos de asombro, de gratitud, de amor; tal vez reconoceríamos el milagro que se presenta delante de nosotras. Necesitamos hacer una pausa y mirar a nuestro alrededor en silencio, pero con mucha atención.
Te invito en este instante a hacer este ejercicio, no sé donde te encontrás al momento de leer este artículo. Tal vez en el ómnibus, en un taxi, en el break laboral, a la espera de un diagnóstico médico, en el asiento del cole o la facu sin prestar atención a esa materia que tanto te desagrada; o llorando porque las cosas no salieron como las esperabas. Pensé en lo siguiente, este minuto transcurrido es un milagro que no se repite ¿De qué manera? El milagro que estás viva; las ansias de esperar lo que aún no llega; la resiliencia para resistir y sobrevivir a los cambios; el agradecimiento por las etapas cerradas y la expectación por las nuevas oportunidades que abrirán camino hacia nuevas perspectivas; los seres queridos a los que amás; el aire que respirás… El momento que vives hoy en tu vida es único, no volverá, y cada etapa de nuestra vida pertenece a un tiempo.
Estás a tiempo de realizar algunos ajustes, calibra el lente de tu enfoque y comenzarás a experimentar el milagro de la vida. “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el ser humano a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11-13)