Aquí les compartimos una síntesis del resiente libro escrito por el Pastor Martín Navarro.
Tuvimos que enfrentar lo más doloroso que le puede pasar a un padre y una madre: la muerte de un hijo. Nuestro hijo mayor, Ezequiel, de 26 años de edad, por el cual mi señora entró en el camino del Señor y yo volví y me reconcilié con El, perdió la vida en un accidente automovilístico.
Era sábado 20 de diciembre del 2014, mi hijo había salido de casa para ir a comer un asado al campo con sus amigos, como lo hacía siempre, como lo hizo todos los sábados durante tres años. Ese día golpearon la puerta de nuestra casa, salí a atender y me encontré con los bomberos, mis ex compañeros del cuartel. Inmediatamente vi sus caras muy serias, y me dieron la noticia del accidente… me dijeron que mi hijo había fallecido, que el auto se había despistado e impactado contra un árbol y que había muerto en el acto.
En ese momento parece que la vida misma se detiene, que se paraliza el corazón y como si caminaras en el aire. No hay reacción en el cuerpo, uno no tiene idea donde está parado y no sabe qué hacer, parece que se detiene el tiempo. El momento más difícil de un ser.
Me llevaron al hospital para reconocer el cuerpo, el lugar estaba lleno de gente, todos conocidos, saludándome y queriendo aliviar el dolor… pero el aturdimiento, la inestabilidad y la pérdida de toda orientación es demasiada para entender y apreciar las demostraciones de cariño y compasión de toda esa gente maravillosa. Así, en esas circunstancias, entré a reconocer a mi hijo.
El velatorio se realizó en el cuartel de Bomberos. Nos impresionó gratamente el número de personas que llegaron al lugar, el cuartel estaba llenísimo, había bomberos de toda la región y pastores conocidos nuestros, también de otras ciudades. Por supuesto, yo, aún sin entender qué estaba sucediendo… ¡aunque mí Esposa sí lo sabía! Durante el último año antes del fallecimiento de nuestro hijo, Dios preparó a mí Esposa… 6 veces le mostró en visión la muerte de Ezequiel y ella a sus pies velándolo Dios le dijo: “llegó el tiempo de lo que te he mostrado”… Creo que el haberla preparado un año antes fue para fortalecerla ante la situación tan dolorosa por la que debíamos atravesar.
Mí Señora le pidió a Dios que le hiciera saber si Ezequiel (su alma) estaba en el cielo, yo no sabía lo que había pedido, ya estando sentados en el auto para salir con el cortejo fúnebre dónde el autobomba llevaba el féretro, un apóstol amigo para el auto y por la ventanilla le dice a mí señora, “Claudia, quédate tranquila que el Señor me dice que Ezequiel está con El en las moradas celestiales”. Eso fue una confirmación a lo que estaba pidiendo ya que no lo sabía nadie. Una vez más vimos que Dios estaba en medio de tanto dolor.
Cuando salimos rumbo al cementerio y mientras íbamos recorriendo las calles de nuestra ciudad, vimos tanta, tantísima gente que esperaban ver pasar el cortejo fúnebre que a pesar de tanto dolor, eso fue realmente un mimo al alma.
No entendíamos por qué, que había pasado, por qué Dios había permitido eso.
Estuve una semana preguntándole a Dios para qué, no podía parar de llorar, ahí comprendí que los Hombres también lloran. Que sufren, se angustian y se debilitan… hasta que, en uno de esos días de angustia, me habló el Señor en el libro de Job, quien era un hombre recto, temeroso de Dios, un hombre íntegro y perfecto a los ojos de Dios, pero que, sin embargo, perdió no solo uno, sino a todos sus hijos y todos sus bienes. Entonces dije: “¿Por qué no a mí?” Dios tenía un propósito con Job y entendí que también lo tenía conmigo, con nuestro ministerio y con nuestra familia.
En el velatorio de nuestro hijo, el Señor ya le había hablado a mi esposa. Dios le había revelado que había un antes y un después de la muerte de Ezequiel, que debíamos buscar ese después. Pienso: Dios conocía el corazón de Job y sabía de qué madera estaba hecho, y de la misma manera conocía nuestro corazón.
Cuando algunas personas, pastores y hermanos pensaron que íbamos a dejar de servir a Dios y nos íbamos a apartar de Él, fue cuando más nos aferramos a nuestra fe, más nos unimos como matrimonio/familia, y cuando más nos dedicamos a predicar y enseñar su palabra.
- El sábado 23 de Julio en una reunión muy emotiva se presento el libro «Los hombres también lloran» en la ciudad de Arrecifes, en la Provincia de Buenos Aires.