Los primeros años de nuestro caminar cristiano los vivimos con un solo propósito y es de que muchos lleguen a conocer el poder transformador que tiene el habernos encontrado con Jesús. Somos el testimonio viviente de lo que Dios hace con un pecador que se arrepiente.
Luego de algunos años de vivir la vida cristiana entramos a tomar como común esta nueva vida, perdiendo aquel entusiasmo de llevar a otros a los pies del maestro, olvidando la transformación recibida. Ya no sentimos aquel fervor de ir por todo el mundo y predicar el evangelio que nos redimió.
Una y otra vez la iglesia debe ser renovada para no perder el primer amor, contrarrestando a los que estigmatizan catalogando de fanatismo a ese fuego evangelístico. En el libro de Los Hechos de los Apóstoles (17:6) se encuentra la frase pronunciada por ciudadanos judíos y gentiles en la antigua ciudad de Tesalónica: “Estos que trastornan al mundo entero también han venido acá” referida a la predicación del evangelio por el Apóstol Pablo y sus compañeros de ministerio.
Que nada ni nadie nos apague ese fuego evangelístico de nuestros corazones. La orden divina de sembrar la preciosa semilla sigue vigente hoy, seamos promotores de este real llamado animando a nuestros hermanos.
Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. 2 Timoteo 4.5