El corazón del niño es la tierra buena en la que nos toca sembrar la Palabra de Dios. No es una tarea fácil, pero tiene una promesa de recompensa eterna. El mensaje será prosperado y producirá fruto.

Según la Parábola del Sembrador, en Marcos 4:1-20, hay diferentes tierras, que reciben de diverso modo la semilla. Algunos corazones son como la tierra dura junto al camino, donde la semilla no puede penetrar. Otros, son como la tierra entre pedregales, sin profundidad, donde el sol quema las pequeñas plantas que brotan. Otros, a su vez, son como la tierra donde crecen espinos que ahogan las plantas. Gracias a Dios, hay también corazones que son como la buena tierra, donde la semilla puede producir fruto en abundancia.

Y tienen muchos años por delante para dedicar su vida para el Reino de los cielos.

Para no desanimarnos en nuestra labor como maestros, es importante comprender esta parábola. No todos los niños reciben del mismo modo la palabra que sembramos, pero podemos orar para que la mayor parte de nuestra enseñanza caiga en buena tierra.

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Con un buen entrenamiento, un buen plan de estudio, con un seguimiento sistemático de nuestras clases Bíblicas, será más efectivo nuestra labor como educadores cristianos.

El arte de narrar historias nunca ha perdido su valor, especialmente tratándose de historias bíblicas. La narración produce en la mente del niño una plataforma desde la cual puede obrar el Espíritu Santo. ¿No es justamente eso lo que deseamos lograr?

Te animo a que te entrenes en el arte de ser un narrador de historias Bíblicas.

Dijo un alumno: «Primero llegué a amar a mi maestro; luego llegué a amar la Biblia de mi maestro; después llegué a amar al Salvador de mi maestro.»

Nunca he olvidado las historias bíblicas que narraba mi maestro dominical, agregando música de fondo y los dibujos en cartulina o títeres. Todo sirvió para que no me aparte del propósito de Dios que tenía para mi vida; Hoy siendo un pastor de una iglesia importante en la ciudad donde vivo, tenemos un centro de entrenamiento para niños.

«Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley» (Salmo 119:18).

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