«Su muerte me trajo hasta Jesús.» El comentario del orador se suponía que fuera de aliento, pero lo que yo oí fue: ‘Mi pareja tenía que morir para que yo pudiera enamorarme de Jesús’. Han pasado tres semanas desde que recibí mi propio diagnóstico de cáncer, y en este punto, lo desconocido abundaba. Era constantemente perseguida por la pregunta: ‘¿Se habrá extendido?’.
Más tarde, en la quietud de mi habitación, me vi reflejada en el comentario de aquella mujer y rompí en llanto. Le clamé a Jesús, tratando de someterme a su Voluntad al mismo tiempo que rogaba a Dios por mi vida.
Como estaba batallando con el cáncer de mama, una amiga me dió una copia del libro de Sheldon Vanauken, Gracia Severa. Hablaba acerca de la muerte de la esposa de Vanauken, Davy, lo cual le llevó a solidificar su relación con Cristo. En su libro, Vanauken habla acerca de la muerte en esos términos -como Gracia Severa. Algo tan perfectamente bueno y correcto pero al mismo tiempo tan doloroso y capaz de rompernos el corazón.
‘¿Por qué yo tenía que ser parte de la gracia severa para alguien más?’ Mi carne peleó con esta idea, pero a pesar de mi deseo de vivir, me sentía compelida a considerar qué tenía Dios en mente con mi muerte.
Un tipo de muerte diferente
Resulta que no era mi muerte por cáncer de mama lo que se convertiría en gracia salvadora para alguien mas; sino que Dios, usaría mi cáncer como gracia severa en mi matrimonio -como catalizador de una muerte conflictiva y un renacimiento.
Mi esposo, Corey, y yo debíamos unirnos increíblemente a través de mi batalla contra el cáncer -alcanzar una intimidad aun mayor que en nuestros primeros 17 años de matrimonio. La razón era que, al mismo tiempo eramos golpeados por unos profundos conflictos que ni imaginamos antes del diagnóstico. De repente nos encontramos enfrentando incontables dificultades y decisiones que necesitaban ser resueltas con urgencia -pues de ellas dependía mi vida. ¿Podriamos superarlo? ¿Qué tratamiento era la mejor opción? ¿Tendría que someterme a cirugía? ¿Cuál sería el resultado?
Con unos niveles de stress muy altos y emociones que sacudían nuestras vidas, estas decisiones que ninguno de los dos queríamos enfrentar, abrieron una brecha importante entre nosotros. Yo estaba enojada porque no sentía que él me apoyara de manera efectiva en mis decisiones. Él estaba enojado porque yo no le dejaba ser parte del proceso. Nos encontrábamos en medio de un caos. Cualquier discusión por asuntos médicos sacaba a la superficie toda la ira y el dolor acumulados. Los argumentos hirientes abundaban, dejándonos en un mar de lágrimas.
En el libro Haciendo un Matrimonio Hermoso, Dorothy Greco escribe que el sufrimiento puede ser una forma de misericordia divina. «Nos obliga a enfrentar realidades desagradables, como
por ejemplo, que el egoísmo nos sale más naturalmente que el amor sacrificial… Particularmente, en el contexto del matrimonio, nada excava hasta las profundidades de nuestro corazón como el sufrimiento.» Ese tipo de sufrimientos pueden venir de muchos lugares -la muerte de un ser amado, un hijo nacido con alguna discapacidad, las dificultades financieras. El cáncer fue nuestro disparador, y excavar las durezas de nuestro corazón resultaría muy doloroso.
Nunca pensé que fuera posible amar y estar tan enojada con alguien a la vez -sentirse tan cerca y a la vez tan lejos el uno del otro. Vivía mi vida totalmente apoyada en mi esposo para atravesar el día a día, y aún así había una brecha entre nosotros casi imposible de superar. Después de una discusión muy fuerte, pensé ‘Esto es todo. Hemos pasado 17 buenos años, y ahora, por el resto de nuestras vidas sólo vamos a herirnos el uno al otro. Nos amamos, pero el Amor sería terriblemente dañado haciéndose imposible repararlo.
El poder del quebrantamiento
Fue C. S. Lewis, un confidente de Sheldon y Davy Vanauken, quien le presentó el concepto de Gracia Severa. Lewis, después de la muerte de Davy, le escribió: «Me pregunto a veces, si la cercanía de la viudez, no es la forma más efectiva para perder el Amor juvenil e inmaduro. Yo creo que siempre debe haber una pérdida, toda forma de amor natural tiene que ser crucificado antes de alcanzar la resurrección y las viejas parejas felices tienen que pasar por una dificultad de muerte y renacer.»
Nuestro amor propio estaba siendo «crucificado» en aquélla habitación de hospital. Después de una terrible discusión acerca de nuestra vida matrimonial, yo colapsé, espiritual y emocionalmente exhausta toqué fondo. El impacto de llegar a este punto nos hizo darnos cuenta de algo realmente esencial: si había chance alguna de reconciliación, yo debía renunciar a mi misma, y Corey debía dejar de lado su propia humanidad también.
Corey vino hacia mi, hecho pedazos, y me pidió que lo perdonara por no amarme como Cristo amó a la Iglesia. Yo le pedí perdón por dejarlo fuera de mi vida en cada decisión. Nuestro amor renació. Despertamos de repente para darnos cuenta qué poderosas eran las cosas que estaban mal en nuestro matrimonio. Entendí que a veces hay que pelear con todas las fuerzas para sobrevivir. Y pude ver con alegría que la batalla estaba llegando al final.
Para las parejas casadas, hay tiempos donde la misericordia de Dios parece quebrarnos. Que podamos sobrellevar las dificultades no significa que todo sea mágico. Es una elección día a día de negarnos a nosotros mismos. Cada decisión desinteresada nos lleva un paso más a un matrimonio profundamente Unido en Cristo.
Misericordia Severa en las Escrituras
Al experimentar esta misericordia dolorosa tuve una perspectiva más fresca acerca de preciosos pasajes de la Biblia: Abraham poniendo en el altar a Isaac; Maria y Martha sufriendo la muerte de Lázaro; Maria a los pies de la Cruz.
¿Qué sentía Maria parada a las afueras de Jerusalén contemplando la sangre derramandose del cuerpo de su Hijo? El miedo, la angustia, el dolor físico habrán sido devastadores mientras lo veía morir. En su vida como madre de nuestro Salvador, Maria enfrentó muchas cargas
pesadas -el miedo en el momento de la aparición del ángel Gabriel; la culpa que habrá sentido cuando Herodes asesinó a los otros niños en lugar de su Hijo; la profecía dolorosa de Simeón, que daba una idea del destino de Jesús y de la espada que atravesaría el alma de ésta madre. Ésta espada seguramente la atravesó mas de una vez, aunque a la vez experimentara el increíble gozó de ser la madre del Dios encarnado.
Simultáneamente, gozo y dolor -al igual que el amor que sentía por Corey coexistía junto al dolor de nuestro matrimonio desecho. Creo que la habilidad de experimentar estos dos profundos y contradictorios sentimientos es la evidencia del Espíritu de Dios en acción. En nuestra naturaleza humana, la tristeza nos derrumba. Con el Espíritu Santo, el quebrantamiento combinado con Su Ternura divina nos convierte en alguien nuevo y redimido.
En la historia de la humanidad, el acto más hermoso y compasivo fue también el más doloroso. Mientras su Hijo exhalaba el último aliento, Maria estaba devastada por la espada que atravesaba su alma -pero ese suspiro final fue el necesario para su propia redención.
Maria, por causa de la severidad de las circunstancias que atravesó, quedó devastado a los pies de la Cruz; así también, nosotros somos devastados en la sala de espera de un hospital. Así como la Misericordia severa de Dios llevó a Maria a su redención y a la redención del mundo, yo estoy aprendiendo que la ‘muerte del amor juvenil’, como C.S. Lewis lo llama, puede hacer nacer en el matrimonio un profundo y comprometido amor, que no hubiese sido posible sin el dolor de caminar por el valle de sombras juntos. Sin muerte, no hay resurrección.
Kim Harms