Sangre que protege a la familia.
El programa de Dios para la criatura humana, contempla a toda la familia. Esto es evidente desde que el primer hogar fue formado, al cual el Señor bendijo diciéndole: “Fructificad y multiplicaos y llenad la tierra…” (Gn. 1:28). Acompáñame a contemplar esta verdad, en algunos ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras:
Cuando Noé “… fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase» (Ver He. 11:7). Por tanto, la invitación divina al padre de familia fue: “Entra tú y toda tu casa en el arca” (Gn. 7:1). Así que, cuando obedientemente lo hizo, ocho personas fueron salvas por agua (1 P. 3:20). Estos eran, Noé, su esposa, sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, y las mujeres respectivas de cada uno de ellos (Gn. 7:7).
También Abraham, no hubiese cumplimentado el programa de Dios para su vida, sin Sara. A ambos Dios les cambió el nombre (Ver Gn. 17:5; 15). A él le dijo con un enfoque plural: “Mas yo estableceré mi pacto con Isaac, el que Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene” (Gn. 17:21). Pero aun el sobrino, Lot, aunque vivía en tierra de maldad, fue beneficiado por la intercesión del patriarca, dándole también Dios la oportunidad de escapar con su familia, de un juicio atroz. Lo que motivó a Dios a revelarle sus secretos a Abraham, fue que él enseñaría el camino de la fe a sus hijos y a su casa después de sí (Ver Gn. 18:16-33-19:1-29). Cuando Dios le dio sus promesas, le habló de ese núcleo que le da razón existencial a la sociedad y a la iglesia: “En ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3).
Luego, Dios trató con Isaac, e inmiscuyó a su esposa Rebeca en el programa. De esa unión, saldría aquel de quien dijo Dios: “A Jacob amé…” (Ro. 9:13). De éste surgió una familia de doce hijos, quienes serían los pilares de la nación de Israel (Cf. Gn. 49:28). Ya multiplicados, pero en tierra extranjera, la noche que los hijos de Israel fueron libertados de la esclavitud, la sangre de los corderos se aplicó para proteger de un juicio mortal a las familias hebreas. El ángel causaría estrago en todas las casas de Egipto, a causa de la dureza del corazón de Faraón. Pero respecto a los hebreos, si comían en familia el cordero de la pascua, y untaban los postes y dinteles con la sangre, Dios vería la señal y pasaría de largo aquella casa y no habría muerte en ella. Miles de familias fueron resguardadas por aplicar la sangre a la manera que Dios lo había ordenado (Ver Ex. 12:1-28).
Cuando la conquista de Jericó, Dios salvó a Rahab, la ramera. Ella creyó y manifestó su fe habiendo recibido a los enviados de Josué, en paz. Pero además, había en ella un claro sentido del plan salvífico de Dios para la familia. Por eso hace prometer a los emisarios hebreos: “… salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y… libraréis nuestras vidas de la muerte (Jos. 2:8-13). Mas su gestión con los conquistadores, tuvo este contrato: Si ella ponía un cordón de grana en la ventana de su casa, cuando las huestes de Dios vinieran a la ciudad, todos los que se hallaren dentro de su casa, serían salvos de la destrucción. Así que toda su casa fue salva de la muerte, bajo la protección de una señal que tipificaba el sacrificio de Cristo (Ver Jos. 6:22-23).
Esa sangre de corderos, fue la que también usó Job para proteger a su familia del maligno daño del pecado. Inmediatamente que leemos sobre la singularidad moral de aquel hombre de Uz, se nos presenta a su familia: “Y le nacieron, siete hijos y tres hijas” (Ver Job 1:1-2). La manera como él supo del poder protector de la sangre, no lo sabemos. Pero esto es lo que ministraba a sus hijos: “… Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos… De esta manera hacía todos los días” (1:5).
Así, se hila en la Biblia el tema de la protección que tiene la familia cuando la sangre redentora del Señor es aplicada para toda la casa. Esa sangre está entretejida con la divinidad. Es preciosa, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación (1 P. 1:19). No hay en ella afectación de la caída. Fue el Padre quien introdujo al primogénito en el mundo (He. 1:6), es la sangre del Verbo hecho carne (Jn. 1:14). Es la sangre del que nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca (Isa. 53:9). Por eso puede limpiar de todo pecado (1 Jn. 1:7). Todavía sirve de antídoto a la muerte eterna. Es absoluta en su eficacia protectora. Es un medio divino para vencer a Satanás: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero…” (Ap. 12:11). Si lo que era solo el símbolo, protegió a las familias judías en los días del éxodo, si solo la figura de la sangre sirvió de escudo para Rahab en Jericó, y si los hijos de Job obtenían protección espiritual por el uso tipológico de aquella virtud, ¡cuánto más la sangre de Cristo…! (Ver He. 9:14).
Gracias a Dios, que la manera como se aplica hoy la sangre del Señor, es diferente a la aplicación que otrora se hacía de la sangre animal. Ahora, todos los beneficios redentores de Cristo, son nuestros a través del creer y hablar con fe: “Creí, por lo cual hablé; nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2 Co. 4:13). La fórmula de salvación tiene este requisito adquisitivo: “… si confesares con tu boca… y creyeres en tu corazón…” (Ro. 10:9). La fe que trae a nosotros los beneficios protectores de la sangre, no es un sentimiento mudo. Se cree con el corazón para justicia, pero también se confiesa con la boca para salvación (Ro. 10:10).
Finalmente, este testimonio: Cuando el carcelero de Filipos, asombrado por los milagros sucedidos en la cárcel, preguntó a Pablo Y Silas: “… ¿qué debo hacer para ser salvo?”, ellos le hablaron también del programa celestial para su familia: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”. El hombre aceptó, y el resultado no pudo ser ponderado: “… se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (Ver Hch. 16:30-34).
Por tanto, ¡creamos de todo corazón que nuestros seres queridos deben estar dentro de la salvación que nos ha alcanzado personalmente! La sangre de Cristo será una línea indeleble, más allá de la cual el enemigo no pueda pasar. Para verlo hecho realidad, no dejemos de proclamar que la sangre será por señal; ¡no la de corderos, sino la del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!
En esa fe que nos hace estar seguros,
Eliseo Rodríguez