Es innegable como los retos que se presentan a diario en nuestra vida pueden llenarnos de pavor, de desesperación, de angustia, de malestar, de incertidumbre y mucho más. Tampoco podemos eludir que la debilidad intenta apoderarse de nosotras. Aunque expresemos con nuestros labios que no nos falta la fe, de una u otra manera, nos preocuparemos y nos desesperaremos cuando veamos que estamos enfrentando una guerra y que esta misma se convirtió en una lucha constante que pareciera estamos perdiendo. 

Todas estas cuestiones antes mencionadas, hacen que en más de una ocasión perdamos la mirada de que la guerra no es nuestra, y que no está en nosotras la idoneidad suficiente para vencer o salir vencidas totalmente; ya que nuestro vigor viene de Dios. 

Tal vez, te encuentres atravesando por una eventualidad, en la que veas que la guerra que se te ha presentado no es contra uno, sino contra una muchedumbre; comenzás a ver que todo se levantó para hundirte, y tus fuerzas parecen ínfimas ante un adversario que no ves; pero es allí cuando Dios, nuestro Padre celestial, te sale al encuentro y te recuerda: “La ofensiva no es tuya, sino mía; esta guerra no te pertenece, porque Yo peleo por vos” 

Él es tu escudo, tu torre fuerte, tu pronto auxilio, quien te sostiene de tu mano y levanta tu cabeza. ¡Woow! 

Las Escrituras, mencionan en 2 Crónicas 20:15 –Y dijo: Oíd, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat. Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios”  

¡Ánimo, erguí tu cabeza, tomate fuerte de la mano de Dios, esta guerra que estás librando, tendrá como resultado una victoria firme; tu fe acrecentada y una experiencia por compartir, para que la fe asimismo, de muchas otras mujeres sea confirmada. 

¡Nunca estarás sola! Las cicatrices de un combate te recordarán que seguís viva y que la lucha que atravesaste no terminó con tu vida, porque hubo alguien que peleó vos para darte la victoria.

 

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