¿Conoces a Dios? ¿Tienes la seguridad de que tienes vida eterna? Saber que conocemos a Dios es de suma importancia porque, en última instancia, la salvación se puede reducir a esta única cosa: conocer a Dios.
En Juan 17, antes de ir a la cruz, Jesús estaba orando al Padre por Sus discípulos, tanto por los presentes en ese momento como por los que creerían en las generaciones futuras a través de la predicación del Evangelio. En el versículo 3, Jesús define la vida eterna para nosotros, orando: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
“Vida eterna” es una frase usada 41 veces en el Nuevo Testamento. Y en Juan 17, vemos lo que significa: conocer a Dios el Padre y conocer a Su Hijo, el Señor Jesucristo.
La vida eterna no es simplemente vivir para siempre y nunca morir. La vida eterna no es simplemente una existencia interminable de aislamiento o independencia. Es la vida eterna en relación con Dios. Es vida que no sólo es interminable sino ilimitada en su alegría porque es vida vivida en la presencia misma de Dios y Su luz y Su amor.
La vida eterna es lo que Pablo llamó vida en 1 Timoteo 6:19. Es la vida para la que fuimos creados para disfrutar en comunión sin obstáculos e ininterrumpida con nuestro amoroso y buen Creador. Conocer a Dios es la esencia de la vida eterna, y eso significa que es la esencia de la vida cristiana.
Cuando Dios prometió un nuevo pacto, la esencia de este pacto fue que Su pueblo lo conocería, como lo describe el Señor en Jeremías 31:31-34. Era necesario un nuevo pacto porque Israel rompió el antiguo pacto. No conocían al Señor, aunque tenían Su Palabra, Su Ley y Sus promesas.
Entonces, no sorprende que apenas unas horas antes de que Jesús sufriera y muriera en una cruz por los pecados de su pueblo, describiría la vida eterna que ganaría para ellos como un verdadero conocimiento de Dios.
Toda la historia ha estado conduciendo a este punto, con el clímax de las promesas del pacto de Dios que depende del verdadero conocimiento de Dios.
En Filipenses 3:8, el apóstol Pablo miró todo lo que el mundo tenía para ofrecer —todos los bienes, todo el estatus, todo el prestigio, toda la piedad religiosa, todas las riquezas, todo el éxito, todo el poder, toda la posición— y concluyó que además de conocer a Cristo, todo era basura. La palabra traducida como basura es una palabra cruda en griego que se usa a menudo para los excrementos humanos. Cuando Pablo comparó las cosas más grandes que el mundo tiene para ofrecer con el valor incomparable de conocer a Cristo, todo en el mundo era, en comparación, un desperdicio humano.
Pablo pasó a esbozar la meta de su existencia en Filipenses 3:10: “A fin de conocerle a Él, y el poder de Su resurrección, y la participación en Sus padecimientos, haciéndome semejante a Su muerte”. En última instancia, nada importaba en la vida de Pablo además de conocer a Cristo. Y así, conocer a Dios en Cristo, conocer al Padre y al Hijo, es la meta de nuestra salvación; de eso se trata la vida eterna.
Si conocer a Dios en Cristo es la esencia de nuestra salvación, entonces nos encontramos frente a una pregunta muy significativa: ¿Cómo sabemos si lo conocemos? ¿Cómo sabemos si tenemos comunión con el Dios vivo y verdadero a través de Su Hijo cuando este Dios es invisible?
Innumerables cristianos a lo largo de la historia han luchado con esta pregunta, cuestionandose cómo podrían tener la seguridad de este lado de la eternidad de que realmente conocen a Dios. Muchos otros cristianos profesantes a lo largo de la historia han dado por sentado tontamente que conocen a Dios en base a una experiencia o sentimientos. La realidad es que fueron engañados y no lo conocieron. Y cuando consideramos las consecuencias monumentales de esta pregunta, vida eterna o condenación eterna, no hay pregunta más importante que responder para nosotros mismos que esta: ¿sabemos que conocemos a Dios?
Afortunadamente, Juan nos da una manera de responder a esta pregunta en 1° Juan 2, mostrándonos tres pruebas de cómo podemos tener la certeza de que es verdad si conocemos a Dios o si nos estamos engañando a nosotros mismos.
La primera característica de los que aman a Dios es que confían en la justicia de Cristo. Si verdaderamente conocemos a Dios en Cristo, seremos marcados por una confianza en la justicia de Jesucristo para nuestra posición ante Dios.
La segunda característica es que obedecen los mandamientos de Cristo. Juan no nos dice que mantengamos una lista de reglas y de hacer y no hacer, sino que tenemos una cierta relación con la Palabra de Dios que se caracteriza por ser conformes a lo que dice.
Y la característica final de Juan es que amamos al pueblo de Cristo. Si decimos estar en la luz y santidad, pero no amamos a otros, estamos en la oscuridad y perdidos.
Nuestra relación con Dios se discierne por nuestra relación con la justicia de Cristo, sus mandamientos y el pueblo. Por esto, podemos tener completa certeza de nuestra vida eterna fundada en el puro conocimiento del Señor.
El Dr. Robb Brunansky es Pastor-Maestro en la Iglesia Desert Hills en Glendale, Arizona. Síguelo en Twitter @RobbBrunansky.