Estaba en la terminal del Aeropuerto de Fort Lauderdale en Florida el pasado viernes, cuando cinco personas fueron asesinadas por un hombre armado y trastornado.

Algunos dirán que me encontraba en el lugar equivocado, en un momento equivocado, pero no estoy tan segura de eso. Ni siquiera había planeado estar allí en ese horario. Me encontraba en ese momento sólo porque había perdido un vuelo más temprano. Yo debía haber volado al mediodía, pues había reservado el vuelo con dos meses de anticipación y para la tarde ya debía estar arribando a Londres ese mismo día. Tal vez sería en Londres ya donde escucharía cómo mi vuelo salió una hora antes del trágico ataque; y de lo bendecida que era al haberme salvado por una cuestión horaria, del trauma de pasar por dos evacuaciones de emergencia y de acabar atrapada en la terminal junto a cientos de otros pasajeros.

Si hubiese dependido de mí, habría tomado alegremente el vuelo anterior y completado mi viaje a Reino Unido rutinariamente para comenzar las clases.

En lugar de ello, llegué al aeropuerto una hora antes de mi vuelo, pero debido a un error de cálculo de mi parte, mi equipaje sobrepasaba el peso permitido. Tuve que redistribuir mis pertenencias y dejar algunas cosas para que me permitieran viajar. Esto no solo tomó trabajo sino también, tiempo. Cuando terminé me informaron que era muy tarde para abordar mi vuelo, y debían reprogramarlo todo para el siguiente. ¡Aghhhhh! El adicional monetario sería de U$300 por exceso de equipaje. Quería golpearme a mi misma por no preguntar lo que costaba llevar todo lo que quería, pues de haberlo sabido, habría podido toma mi vuelo original. Le mandé un mensaje de texto a una amiga quejándome de mi mala suerte, a lo que ella replicó: ‘Lo lamento, Dios debe tener un compromiso divino para ti’.

Sus palabras hicieron que cambiara mi perspectiva y me abrí a la voluntad de Dios. Comencé a preguntarle a Él: ‘¿Por qué aún estoy aquí? ¿Hay algo que quieres que haga, alguien a quien quieres que conozcas? Si es así, por favor muestramelo.

La respuesta no tardó en llegar. Poco después que me dirigí a la zona de embarque, el tiroteo comenzó y la terminal se llenó de una atmósfera de violencia, con gente corriendo y gritando, tratando de salir del edificio hacia la pista. Eventualmente, la calma se restableció luego de que el tirador fue capturado y el peligro había terminado. Era más seguro para todos volver al edificio y en eso estábamos cuando, un segundo incidente ocurrió 90 minutos después del tiroteo. Otra vez la gente corría y gritaba saliendo del edificio. Ésta vez encontré refugio debajo de la zona de la guardia, acurrucada detrás de un bote se basura podía escuchar a la gente gritar ‘¡Salgan, salgan!’. Me quedé allí orando para que la paz de Dios inundara el edificio. Después de la segunda estampida, todos estábamos en shock nuevamente, no sabíamos que había ocurrido.

Tratamos de averiguar que había causado la segunda evacuación y oímos rumores de otro hombre armado en el estacionamiento, pero afortunadamente, resultaron ser falsos. Después de unos instantes, una docena de pasajeros regresaron al edificio, aunque los otros deambulaban afuera con sus equipajes muy confundidos. Todos nos sentamos y esperamos, preguntándonos que sucedería después. Mientras tanto tratábamos de ponernos en conocimiento de los planes de vuelo. Yo me preguntaba si saldrían los aviones esa noche.

Esperaba poder llegar a Londres por la tarde cómo quería al principio. Después de una hora nos dimos cuenta que nadie podría tomar su avión, peor aún, ni siquiera se podía dejar el edificio. Después del tiroteo, el aeropuerto estaba cercado y aislado. Nadie estaba autorizado para entrar o salir de allí por tiempo indeterminado.

El patio de comidas había cerrado por seguridad y no volvió a abrir, así que conforme pasaba el tiempo, nos poníamos más hambrientos y malhumorados. Un piloto vino y nos dio galletas y maní, alguien más trajo botellas de agua y las distribuyó. En ese momento recordé que tenía barras proteicas en mi equipaje de mano. Las tomé y fui pasajero por pasajero ofreciéndolas: ‘¿Tienen hambre? ¿Les gustaría limón o chocolate?’.

Las barras de chocolate se acabaron primero, dejando atrás a las menos populares barras de limón. Algunos me preguntaban si las de limón eran buenas -y yo les decía que eran mis favoritas. Por supuesto, a algunos no les interesaba el sabor, ¡una barra era una barra!

Pronto se agotaron, me sentí mal porque aún había muchos pasajeros a los que no pude ofrecérselas. Caminé por toda la terminal para ver si podía comprar más alimentos para compartir. Entonces me di cuenta que la otra área de la terminal estaba abarrotada de gente. Donde yo había estado sólo había el 30 por ciento de la capacidad permitida. Esto era aún mas terrible. Las personas compraban en un puesto de diario lo poco que encontraban, unas papas fritas y otras cosas.

Fui allí y compré todo lo que pude. Le pedí a Ana, la encargada, un descuento por todas las barritas azucaradas y el agua embotellada que tenía, pero cuando ella supo para que lo quería, me permitió tomar todo sin cargo. Además, puso un empleado a mi disposición para que me ayudara a llevar todos los productos. Me preguntaba cuando terminaría la generosidad de Ana, pues me permitió regresar una y otra vez por todo lo que necesitaba.

Todos comenzaron a llamarme ‘la mujer de las barritas’. Las personas pensaban que trabajaba para el aeropuerto. Se sorprendieron al enterarse de que era una pasajera más. Compartí sonrisas y charlas con hermosas personas a lo largo de toda la terminal, y supe en mi corazón que esa era la tarea que Dios había preparado para mi.

La Biblia dice en Proverbios 16:9 que un hombre planea su camino pero el Señor es quien dirige sus pasos. Mi plan ese día era llegar a casa lo antes posible y comenzar el semestre en Inglaterra, pero Dios tenía otra idea. Él quería a alguien en ese lugar aquel día, para que fuera sus Manos y sus Pies, y me siento honrada de que me haya escogido a mi. Soy una viajera ordinaria que sirve a un Dios extraordinario. Cuando nos asociamos con El no existe nada imposible. Finalmente, pude llegar a destino dos días después.

La próxima vez que experimentes un cambio inesperado de planes, sé abierto a la idea de que Dios podría querer hacer algo a través de ti.

Christine Sneeringer es una estudiante de Oxford Centre for Christian Apologetics, donde está aprendiendo como responder las preguntas más difíciles que las personas tienen acerca de la vida y la fe. Su frase favorita es la de San Francisco de Asís, ‘Predica el evangelio siempre y si es necesario, usa las palabras.’ Además es una oradora, comediante y escritora.

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