¡Hola mujeres! Qué maravilloso es estar juntas nuevamente. En este nuevo encuentro, quiero compartirte algo que ha traído gozo a mi corazón. No tengo la menor duda que cuando finalices la lectura de este artículo, compartirás esta felicidad; y estás más que bienvenida a comentarme luego, cuál fue esa noticia que recibiste estos últimos tiempos, y te dieron el aliento de compartir el mensaje de salvación con alguien más. 

¡Muchas mujeres, muchas familias, han regresado a los brazos del Padre! Tantos otros, luego de buscar respuesta a su vida, decidieron reconocer a Jesús como salvador y aceptarlo en su corazón. Cuando nos arrepentimos, Dios está listo para darnos la bienvenida con brazos abiertos como sus hijas amadas, como aquellas a quienes estuvo esperando por tanto tiempo. Las Escrituras mencionan en Lucas 15:11-32 el relato bíblico del hijo pródigo. Algunas veces dudamos de nuestro perdón como este hijo, en el versículo 21 el joven le dijo: ‘Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo’. «Algunas veces nuestros corazones nos condenan, aunque Dios nos ha perdonado”. Asimismo en 1 Juan 3:19-20 dice: “En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de él: que aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo”.

 La muerte de Jesús en la Cruz, nos concede una nueva vida, el perdón de nuestros pecados, la posibilidad de un nuevo nacimiento. No hay nada más por pagar. ¡Nuestra deuda está cancelada! 

Como dijo el padre de este joven en el versículo 23: Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. “Su hijo estaba nuevamente en casa”.

Dios se alegra cuando nuestro corazón es conmovido. Cuando disponemos nuestra vida y nos arrepentimos de nuestros malos caminos y volvemos nuestra mirada a él. Sólo en su mirada hallamos paz, en su regazo hallamos el descanso y en sus manos la capacidad de entender que todo obra para bien; que aunque se asomen y vivamos momentos difíciles, estamos tomadas fuertemente de sus manos, y que ellas jamás nos soltarán, ni en la calma, ni en la tormenta. 

Hacé esta oración conmigo: “Padre, sé que te fallo, más hoy reconozco mi total dependencia de Ti. Hoy vuelvo a tus brazos, mi lugar de reposo. Toma mi vida, y enséñame a caminar. Llévame a caminar junto a las mujeres que te necesitan. Que mis labios hablen tu verdad. ¡Yo me sumo a ser una agente de cambio que predicará tu verdad y abriré mis brazos para recibir a todos los pródigos que volverán a tu corazón!  Es mi deseo hacer tu voluntad y enséñame cada día a poder declarar al despertar: Señor mío, heme aquí, envíame a mí.