Hace unos años atrás, se lanzó un libro con breves biografías de personas que tuvieron un impacto en la historia del cristianismo. El libro repasaba cuatro siglos. De las 50 personas destacadas en los 400 años, sólo cuatro eran mujeres.

«Las voces de las mujeres no han sido tan públicas y poderosas como las de los hombres a través de la mayor parte de la historia, pero esto no significa que no hayan sido influyentes,» dice Karen Swallow Prior, autora de Fierce Convictions: The Extraordinary Life of Hannah More (Convicción Feroz: La Historia de Hannah More). «Escribiendo y leyendo acerca de mujeres en la historia nos ayuda a todos (hombres y mujeres) a entender mejor nuestro pasado para así comprender el presente y, como resultado, mejorar el futuro.»

Las historias de las mujeres importan, no sólo por la inspiración y el aliento que ofrecen, sino también porque la preservación de estas historias presentan una visión más completa, rica y acertada del pasado. Desde los tiempos de la iglesia antigua -cuando las mujeres se unían con los discípulos a orar en el aposento alto- hasta hoy, cuando ellas enseñan, lideran, y ministran multitudes, las mujeres siempre han sido una parte integral de la comunidad cristiana. Preservar y celebrar la historia de las mujeres es una forma de preservar toda nuestra historia como iglesia también.

Con esto en mente, ofrezco aquí las historias de 5 figuras destacadas que todo cristiano debería conocer, celebrar e imitar:

 

Katharina Lutero (1499–1550)

Katharina Lutero

Después de leer algunos escritos de Lutero dentro de la clausura que llevaba en el convento, Katharina von Bora se arriesgó al castigo de muerte y abandonar la vida en el monasterio. En la oscura noche de vísperas de Pascua, Katharina y 11 compañeras monjas treparon las paredes del claustro y abordaron un vagón de tren que las llevó a lo desconocido. Dos años después, desesperada por sobrevivir en una sociedad hostil hacia las mujeres, ella rehusó casarse con un pretendiente que no le gustaba y le pidió matrimonio a Martin Lutero. Martin y Katharina estuvieron casados cerca de 21 años, hasta que él falleció en 1546.

El filósofo danés Søren Kierkegaard declaró una vez que Katharina Lutero no fue más que un delgado tablón en la plataforma teológica de Martín. Kierkegaard no podría haber estado más equivocado. Al desmerecer a Katharina tan categóricamente, el hizo una caricatura de una mujer que en realidad fue una valiente luchadora, una determinada sobreviviente, mujer de negocios, y de una fe inquebrantable. Martín pudo haberse casado con Katharina solo para poner en práctica lo que él mismo prédicaba, pero no le tomó mucho tiempo al gran reformador darse cuenta que se había casado con una inteligente, laboriosa, radical y gran reformadora también, al fin y al cabo, una mujer digna del llamado en su vida.

 

Margaret Fell (1614–1702)

Margaret Fell

Al igual que Katharina Lutero, Margaret Fell tal vez sea mejor conocida como la esposa de un famoso líder religioso -ella se casó con el fundador cuáquero George Fox 11 años después de la muerte de su primer esposo- pero su historia y sus contribuciones se mantiene fácilmente por si mismas.

En docenas de cartas, ensayos y panfletos, Fell convincentemente delineó los principios fundamentales del cuaquerismo y luchó activamente en contra de la persecución a los cuáqueros. Fue encarcelada dos veces en el Castillo Lancaster de Inglaterra (la primera vez por cuatro años, y la segunda por un año) cuando se rehusó a cesar las reuniones en su casa. En prisión, escribió extractos en defensa de los principios cuáqueros, así como también cuatro libros, incluyendo el más famoso, Women’s Speaking Justified, en el cual defendía el derecho de la mujer a servir como predicadoras en público.

En sus 88 años, ninguna persona pudo disuadir a Fell de abandonar su servicio y lealtad a Dios -ni un juez o jurado; ni el rey o el Concilio; ni siquiera sus siete hijos, que vieron a su madre enfrentar la cárcel antes que renunciar a sus creencias. Cinco meses antes de su muerte, ella escribió: «Debo estar de pie por Dios y por la Verdad», un testimonio que mantuvo su vida entera.

 

Amanda Berry Smith (1837–1915)

Amanda Smith

Como ministro itinerante y evangelista en el siglo 19 en América, Amanda Berry Smith tenía tres obstáculos en su contra. Era mujer, no tenía estudios y era de raza negra.

Nacida como esclava y la mayor de 13 niños, Smith predicaba regularmente en las iglesias Metodistas Africanas Episcopales del Noreste a sus 30 años, a pesar de que ninguna denominación religiosa de la época apoyaba a las mujeres ministras. Para poder ganarse el sustento, trabajaba 20 horas en doble turno lavando trastos.

Smith también predicó en los campamentos metodistas de la costa este, y por ser de color, era discriminada, ridiculizada y vista como una curiosidad. » A veces cuando entraba en una carpa,» escribió Amanda, «los que me veían (los blancos) decían: ¡Oh miren, es la mujer de color!».

A pesar de los abusos diarios y la humillación que enfrentó, Smith se mantenía enfocada en su misión, traer a las personas a Cristo, aún a sus perseguidores. » Señor,» oraba diariamente, «ayuda a la gente a ver.»

 

Mary McLeod Bethune (1875–1955)

Mary McLeod Bethune

La número 15 de 17 hijos de esclavos en Carolina del Sur, Mary McLeod Bethune fue la única afroamericana en 1,000 estudiantes de la escuela de Entrenamiento Misionero Instituto Bíblico Moody en Chicago. Ella soñaba con servir como misionera en África, pero cuando se alistó en las misiones de la Iglesia Presbiteriana, le dijeron que no había vacantes para misioneros ‘negros’ en África.

Privada de su sueño, Bethune cambió su enfoque a la educación de los niños negros americanos. «Los Africanos en América necesitan a Cristo y a la educación tanto como lo necesitan en África… Mi vida de trabajo no reposa en África, sino en mi propio país,» confesó

más tarde. Con pago de U$ 1,50 mensual, Bethune abrió la Escuela Literaria e Industrial de Daytona para Entrenamiento de Niñas Negras, en Florida de 1904. Tenía seis alumnas y su propio hijo como estudiantes. Cajones viejos servían de pupitres, y el escritorio de Bethune era un barril dado vuelta.

Dos años después, habían más de 100 niñas inscritas. Hoy en día, la escuela recibe a más 3,500 estudiantes en su campus de 80 acres, y se lo conoce como Colegio Bethune-Cookman.

 

Gladys Aylward (1902–1970)

Gladys Aylward

Cuando el director de China Inland Mission le dijo a Gladys Aylward, de 26 años, que no era lo suficientemente joven e inteligente como para unirse al equipo misionero, sus sueños quedaron destrozados, aunque no por mucho tiempo. Después de dos años de trabajo duro y de ahorrar hasta el último centavo, Aylward se compró un boleto de ida a China en el Ferrocarril Trans-Siberian, empacó su Biblia y dos maletas, guardó su pasaporte dentro del corset, besó a sus padrds, y partió de la estación de trenes de Londres hacia China.

Aylward se encontró con la misionera a largo plazo Jeannie Lawson en las montañas de la aldea Yangchen, y juntas abrieron una posada para viajeros que más tarde se convertiría en un orfanato. Para 1938, más de 100 niños vivían allí. Cuando la guerra con Japón estalló, Aylward sirvió como espía para los chinos. Una bomba alcanzó la aldea, lo que la obligó a trasladar el orfanato a un lugar seguro en las montañas, donde casi pierde la vida. Conocida en China como Ai-weh-deh—mujer virtuosa—Aylward vivió una vida de servicio definida por la determinación y la perseverancia.

Las vida de estas mujeres que han caminado antes que nosotros, son una parte integral de la historia de más mujeres, pero también de la historia de la humanidad. «Espero que vayamos más allá de la idea de ‘las mujeres cristianas líderes’ como una subclase de la comunidad cristiana,» dice Diana Butler Bass. «Las mujeres son la mayoría de los creyentes de la fe cristiana alrededor del mundo -somos el corazón de la fe viva.»